La naturaleza cumple sus ciclos con una regularidad asombrosa. Todo se enmarca en el mundo de los opuestos: invierno en el norte y verano en el sur. Influenciados por la cultura judeocristiana que tuvo su ascendiente sobre los países del hemisferio norte europeo, nos llegó el retrato de los paisajes de invierno, además de un legado de tradiciones y costumbres determinantes de todas las celebraciones, las cuales en un sano sincretismo tomaron mucho de las culturas, africana y amerindia.
La religiosidad recoge los conceptos de divinidad, verdad y eternidad; rinde culto a los dioses, posee textos sagrados como referente de verdad ante sus dictados y conserva sus rituales y códigos de comportamiento para el núcleo de los creyentes. En el reino de la palabra hay un cielo y un infierno y en la tierra muchos lugares de peregrinación. La religiosidad busca la perfección en función de lo divino, entre el amor y la humildad; y para más allá de la vida existe un lugar en lo eterno en el que la vida nueva reposa su soñar… el interminable discurrir por la armonía, la paz y la felicidad.
Lo divino siempre ha estado en el aliento de todas las cosas, en el alma profunda de la naturaleza. La dependencia hacia cada elemento marca las fronteras con el cielo. Dioses menores habitan cada lugar y ayudan a todos los seres a cumplir su misión sobre la tierra, pero también buscan que los humanos accedan a esos espacios de luz desde el trabajo y el conocimiento, minimizando la dependencia y racionalizando los vínculos.
El nuevo pensamiento religioso toma todo lo conocido de las creencias primitivas enmarcadas en la verdad del universo y el comportamiento de los seres entre los nacimientos, los desprendimientos y el cumplimiento de sus misiones. Nacimiento, natividad, navidad desde siempre convertida en ese recordar del milagro de la aparición de todas las cosas. Canto a la fecundidad y a la vida, el comienzo de las eternidades, el renacer cada año entre lo profano y lo divino. Navidad, recuerdo del culto a la luz, al fuego y al trueno; el culto al bosque, al árbol, a la naturaleza en todas sus manifestaciones, recuerdo de las nuevas presencias.
Navidad es una invitación al encuentro con la familia, los parientes, los amigos. Es el momento de decir “¡te quiero!”, “¡te extraño!”; es el instante para pensar cuán importante ha sido nuestro paso por la vida. Desde este espacio en el tiempo, ¿por qué no aprovechar la reconciliación con el hermano; aceptar el reconocimiento del otro, el que piensa y actúa en forma diferente; el marginado, el diferente, el subestimado, el condenado a una vida llena de insatisfacciones e interrogantes?
Es gratificante llenar el cuerpo, el día, la calle, la ciudad, la casa, la familia, el padre, la madre, el hijo, la hija, el amigo y la amiga, con el aliento de una sonrisa, un regalo que puede completarse con el calor fraternal de un abrazo; y entregar un poco de ese amor que lo divino construyó en cada rincón del alma del ser humano. Es desde allí y desde estos lugares de luz, lluvia y encuentros, desde los cuales se acepta que todo es posible en el amor y las aceptaciones, que el perdón y la paz son posibles porque la navidad es la presencia de la divinidad y del universo en el breve espacio de una “Noche de paz”.
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