En la presentación de “El Retorno de los Brujos”, Louis Pawels recordaba a su padre, como “un obrero sastre de un alma vigorosa, un espíritu realmente mensajero. Siempre me decía que al cielo sólo se llega con las manos...” “Poseía una treintena de libros alineados en el estrecho armario de su taller, junto con las bobinas, los jaboncillos, las hombreras y los patrones… Durante las incontables noches de labor… atado a su taller durante más de catorce horas diarias- y vivíamos al borde de la miseria-, conciliaba un ardiente sindicalismo con la búsqueda de la liberación interior”.
“Al revisar “Oú va le monde” de Walter Rathenau, encontré este párrafo subrayado por él: “Incluso la época del agobio es digna de respeto pues es obra, no del hombre, sino de la humanidad y, por lo tanto, de la naturaleza creadora que puede ser dura, pero jamás absurda. Si es dura la época en que vivimos, tanto más debemos amarla, empaparla de nuestro amor, hasta que logremos desplazar las pesadas masas de material que ocultan la luz que brilla al otro lado”.
Este recordar al padre desde su trabajo, sus responsabilidades, sus lecturas vivificantes, sus posiciones religiosas y políticas y sus compromisos con la vida, nos acercan a comprender ese importante papel en la estructuración de la personalidad de los hijos; en ese taller de sastre se laboraban catorce horas diarias, se leían los autores del momento y se hacían reuniones de amigos para comentar los problemas actuales y tratar de componer el país y el mundo.
La historia del padre, comienza con la noticia sorpresiva de la presencia del hijo en este mundo, hecho que nos convierte en padres (padre y madre) sin remedio, y para siempre. Desde ese sorpresivo instante, la vida cambia en forma sustancial y si después de esa noticia, se asume ese nuevo rol con todas las de la ley, nos podemos convertir en formadores de seres humanos mejores para una sociedad futura.
Para ser Papá, no existen fórmulas, ni cursos acelerados, ni guías precisas, porque cada ser humano es un mundo distinto. Esas fórmulas debemos inventarlas, para hacer amable el tránsito de los hijos a nuestro lado. En este caso se aprende sobre la marcha. El gran comienzo es la búsqueda de la estructuración de la personalidad del individuo desde el amor, el respeto, el reconocimiento del otro por sus avances y limitaciones, la aceptación de las equivocaciones y un permanente volver a empezar.
La participación del padre en el milagro de la vida convida a aceptarlo como uno de los determinantes biológicos. La madre aporta su cuerpo, el proceso de maduración la etapa de la incubación, los nacimientos. Ambos entregan su programa genético. El padre facilita el entronque social y la comunicación con el entorno, el mundo conocido y conquistado, lo construido y el reconocimiento de los nexos con el mundo y la vida. Una inmensa tarea de acompañamiento: como “el abuelo que lleva el nieto a conocer el hielo”. También representa el modelo de hombre y de autoridad en sentido universal, no importa sus fortalezas o debilidades, pero es un norte, desde donde se asumen las tareas y se enfrentan las responsabilidades del trabajo y la aceptación de las obligaciones.
Cada uno de los miembros del hogar asume unos papales determinados y es el padre quien se responsabiliza de ser el puente de comunicación con el mundo, por lo cual su ausencia crea a veces la dificultad del reconocimiento de las identidades en los espacios sociales.
Talvez el ser padre es una manera de señalar horizontes: …continúa mi tarea; si de algo sirve lo que alcancé a recorrer hasta este punto, úsalo… debes empezar a construir tus propios caminos y marcar en ellos las huellas de tu tiempo.
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¡Gracias Papá!
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