Terminado el año escolar, se desplaza una cantidad de tiempo ocioso y surge la dificultad para lograr que la población escolar haga uso de él, en forma adecuada. Como los recursos son pocos para la atención de la actividad lúdica, la responsabilidad se le deja a la Divina Providencia o al municipio. Gran número de niños, niñas y adolescentes hacen uso a su manera del tiempo libre, e invaden lugares públicos para explorar el mundo del alcohol, las substancias psicoactivas, el sexo o las actividades de alta exigencia que activan temporalmente la producción de adrenalina: la velocidad y el riesgo operan como drogas que invitan a que el organismo responda a situaciones límite.
El período de Navidad y Año Nuevo es un conjunto de muchas cosas que la tradición no ha logrado superar: la pólvora, el desorden en las comidas, la ingesta de grandes cantidades de alcohol y las compras. Las vacaciones colectivas hacen que gran parte de la familia se encuentre en casa, que los ausentes lleguen al reencuentro y que la prima de navidad se diluya sin remedio. El comercio se atiborra de compradores compulsivos y pululan las ofertas de todo tipo para captar esos dineros de ahorros con la posibilidad del “pague después”.
El desorden colectivo también parece ser lugar común en las festividades de fin de año. Santos e inocentes postrados en la clínica de fracturas entienden que la velocidad no es rentable; en el pabellón de quemados con pólvora, niños y adolescentes pagan su riesgo con la promesa del “no lo vuelvo a hacer”, cuando ya no hay remedio. En otra sala los receptores santos e inocentes de las balas perdidas, culpan a su destino incierto en la mira de asesinos fantasmas. Muchos de estos clientes del diciembre frustrado, sueñan con la novena en familia, con los regalos y el sabor a comidas de navidad.
Cuando llegan los últimos días de Diciembre todo entra en el letargo de las cosas suspendidas, acompañados por la llegada de situaciones insólitas que tienen mucho de desconcierto. Se concreta el aumento salarial -que jamás dejará de ser irrisorio-, por aquello de la desproporción entre ingresos bajos y costo alto de los productos de consumo.
En los últimos minutos del año que termina y primeros del año que comienza, surgen momentos llenos de regocijo y nerviosismo; instantes que nos hacen sentir como suspendidos en el tiempo, comprometidos con el pasado y aferrados al presente. Es el instante para las reflexiones y las promesas: Promesas de hacer ejercicio y rebajar un kilo por mes para compensar los desajustes en el exceso de peso, el azúcar en alza y las tallas constrictoras. Resultado: aumento de peso, cintura expandida y sentencia de aumentar de talla. Dejar de fumar, dejar de beber, dejar de comer en exceso. No se logra. Son promesas que se pueden reciclar, pero se comprende que se puede ser feliz con poco
Las eternas promesas nacionales: prepararnos para las inundaciones, las sequías y los terremotos. ¿Qué pasa con nuestras universidades? ¿La ingeniería nacional tendrá algo que responder? ¿Se quedó corta? ¿Para qué sirven la planeación, la geología y la alta tecnología? La culpa sigue siendo del agua, la lluvia, de la montaña, del río, del mar. ¿Olvidan que la naturaleza enciende sus lucecitas rojas de peligro? Pero hay mucho sordo y mucho ciego. Cuando la avalancha baja, todo es borrado a su paso y se entiende la señal… ¡ya no hay remedio!
En medio de las cosas gratas existe también el momento inoportuno del recuento de las desdichas, principalmente aquellas que llevan a aceptar que los males sociales y políticos del país son acumulados de muchas décadas. Se ha comprobado que la paz es más barata que la guerra. La población armada subsiste. La guerra se hubiera resuelto en una mesa de negociaciones, a bajo costo, hace más de cincuenta años. La corrupción es otro tema recurrente del balance anual: enormes sumas de dinero desaparecen mientras la solución a los desastres de la población se asumen desde la teletón, la caridad oficializada y la bondad infinita de nuestra gente.
El mundo nuestro de cada día tiene también su balance anual cuando se recuerda el logro del efecto dominó con la caída de varios regímenes de partido único, los cuales dejan de ser útiles para las metrópolis detentadoras de materias primas, sobre todo del petróleo. La crisis financiera mundial toca todas las puertas. La muerte, el hambre la peste y la guerra, los cuatro jinetes del Apocalipsis, recorren la tierra como producto incubado de la desigualdad en la distribución de riquezas, alimentos y de las oportunidades de una vida mejor en un mundo creado para todos.
A pesar de todo, bueno o malo, la vida sigue siendo la más grata experiencia sobre la tierra y con dificultades o sin ellas vale la pena vivirla.
Amigo Lector: ¡Feliz 2012!
No hay comentarios:
Publicar un comentario