lunes, 5 de diciembre de 2011

EL DESERTOR

“Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias…”
Tomó las sandalias en una de sus manos, mientras caminaba hacia la alcoba ondeando su vestido de velos sueltos desde la cadera, sin  intenciones de ocultar un vientre naciente con noticias próximas. Esquivó la mirada prudente del recién llegado aceptando sin reservas el fin de un largo romance perdido en las brumas de tiempos y silencios. Las pocas palabras cruzadas en el afán de la sorpresa fueron la sentencia inapelable frente a los abandonos y las trivialidades…  Por un momento se sintió vacío por dentro y por fuera.
 
-“Nuevamente el miedo… días de interminables jornadas… doce horas por montes y pantanos…” -  En la única  pausa del primer día, soltó su morral para apoyar la cabeza y durmió hasta la hora del desayuno, la mañana siguiente: pan duro y café caliente…
Días cansados y largas noches de bichos y zancudos…miedos recurrentes. Aprendió a resistirlos, acunándose en oscuridades físicas y mentales. Comprendió los abandonos y las soledades iniciados el día nefasto que vio morir a mamá, frente a su imagen reflejada en el espejo… Tenía siete años; permanecía solo en aquella casa que guardaba todos los secretos de muchas generaciones de parientes muertos en extrañas circunstancias… ¡un extraño sortilegio…! Los aún vivos desfilaron hasta el momento que terminó la “fila interminable” frente a una mujer, según ellos, “cargada de virtudes y pesares”.
- “La casa sola, callada. Deambulando por los pasillos, busqué la compañía de alguien; los fantasmas tutelares habían desordenado sus turnos y tuve que resignarme a no morir de tedio… En aquella continuidad de los espacios, en otro lugar y otro tiempo, los árboles presenciaban mis silencios. No tenía la menor duda de estar retenido, sin lograr explicarme el por qué. Pasaba largas horas saltando de conjetura en conjetura, apoyado en un mundo confuso… la mañana parecía no dejar grietas en el follaje para los juegos del sol, pero algunos rayos fugaces penetraban entre las nubecitas salidas de la humedad haciendo extrañas piruetas en el aire…
Sentí el miedo al abandono y resolví llorar…simplemente  llorar. -“¿Dónde dejar la vida adormecida?”…
- Doce años, tres meses, veinticinco días y cinco horas, retenido por un comando de las fuerzas de oposición… olvidado por propios y extraños, desconocido por todos… y finalmente el encuentro con las irrealidades, los cambios… El mundo de la selva dibujado sobre la ciudad: sin hogar, amigos decididos a formar un cerco a la entrada de sus conciliábulos; sin respuestas, selva vacía, ciudad vacía.
Sus palabras resonaban aún con las intenciones preconcebidas de los reproches: – “¡Sorpresivo tu regreso, amor de dudas y abandonos…! Lograrás entender que fui  incapaz de enfrentar sola esta guerra personal sin fin, en una tierra de nadie…” -.
El diálogo poco oportuno demostraba la inutilidad de la espera. Todo regreso es un comienzo anudado al pasado, casi un contrasentido. Nada conserva su esencia y el tiempo pule los afectos, los remordimientos y las promesas. Bastaba con  aceptar doce años en silencio… después, ¿qué podía esperarse de las permanencias?... Las últimas noticias contaban sobre una ciudad inundada, ahogada, perdida y una selva de huída, hambre, plagas y miedo - ¿remedo del hogar? – pensó cuando iniciaba uno de tantos amaneceres de pesadumbre.
Al preguntar por los hijos, quedó silenciosa. No pretendía asumir culpas no resueltas.  - “El tiempo pareció achicarse… sin darme cuenta crecieron, se independizaron y se marcharon en silencio, por esa misma puerta por donde has entrado. Los devoró la ciudad, una selva diferente. Nunca creyeron en tu retención… aún espero su regreso… las puertas siempre abiertas. Desde entonces, solamente han entrado dos hombres; el primero trajo un hijo y el segundo una carga de angustias…” - Sentí un enorme vacío…-
-“Me duele más el alma”- , trató de decirle antes que le desnudara el torso y empezara a aplicar unturas y calor. Ella sonrió frente al paciente que deliraba en aquella cama de hospital,  remitido por la comandancia de las fuerzas de seguridad del estado. Un hombre con la historia escrita sobre la piel golpeada y la mirada agónica. Se soltó completamente y en un breve instante quedó dormido; trató de saltar las paredes del sanatorio buscando explicar sueños en medio de los sueños, pero allí también claudicó. Despertó atado, sudoroso, cansado…
 
Cada acontecimiento iba colocando un punto final a los desenlaces; el desencuentro del sueño lo llevó a comprender el por qué los militantes de su partido lo consideraban traidor; los militares, heroico desertor e inoportuno visitante para los ciranoides del poder. Seguramente merecía el devenir con los desencuentros.
El día de la última huída, salió en busca del “mundo de los perdidos”. La nueva vida le entregaba una segunda oportunidad, pero no comprendía aquel regalo: sospechoso, fugitivo, desertor, objetivo militar, traidor… En el clímax de la desesperanza destruyó sus archivos y escogió el azar… Empezar de nuevo cuando todo había terminado en la ciudad que encontró: un paria, desempleado, una carga de miedo…  sus pocas comunicaciones intervenidas, viejas historias reactualizadas con su fuga; sólo así logró darse cuenta que estaba señalado entre interrogantes por sus posiciones políticas progresistas cuando fueron abiertas todas las cicatrices de la memoria.
Lo que podía ser un  sueño, era el frente a frente con otra realidad… Golpeó con fuerza sobre la mesa para despertarse a sí mismo, obedecer ese extraño impulso  que lo invitaba a dejar la ciudad, entregarse a sus captores, someterse al juicio revolucionario y lograr la aceptación en las filas…
En un día lunes de lluvias apacibles, inició su marcha, cargado de nostalgias, al frente de un grupo de combatientes… buscaría los caminos perdidos de las redenciones ideales en aquella selva sin fin…
“Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco.
Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias…”,
-       ¡Perdón, creo que tardaré! – dijo sonriéndole a la imagen reflejada en el espejo familiar. 

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