Desprenderse de las rutinas del trabajo en el aula de clases genera gran alegría en quienes participan de la vida escolar. Es así como muchos estudiantes encuentran un verdadero alivio en los momentos de los recreos, el descanso al aire libre, las horas de gimnasia, el fin de la jornada escolar, la llegada del viernes, los puentes, los períodos de huelga de los docentes, la inasistencia por enfermedad del profesor de matemáticas, la semana santa y las “vacaciones largas”.
Las vacaciones escolares desde siempre han sido un llamado al reposo, al cambio de rutinas, a darle cabida a las actividades del cuerpo considerando que la mente ha estado ocupada en leer, racionalizar, aprender, memorizar, cambiar comportamientos, disciplinarse, dialogar, cumplir normas, obedecer, tolerar, hacer tareas, aceptar errores, acertar, perder y ganar, sacar conclusiones, competir por una nota, un aprobado; actividades que comprenden una manera de trabajar y que en términos generales, se sintetizan en pensar y talvez soñar.
En este mundo de la multifuncionalidad, las exigencias al cerebro los sentidos y las emociones en pleno pueden ser exageradas. Se puede llegar al cansancio mental, al estrés laboral con sus secuelas de pereza, adormilamiento y mal genio. Esto es aplicable a los estudiantes “mazos” o “nerdos”, y a los otros también. Si a esta situación se suma el paso desordenado de las hormonas en una adolescencia incontrolable, la situación puede ser un poco más difícil. Las vacaciones escolares, por lo tanto, representan el descanso obligado para los estudiantes y la crisis existencial para los padres que se inscriben en el “¡ahora qué voy a hacer!”.
La invención de las vacaciones en forma regulada, es para muchos el mejor invento después de la rueda. A su autor se le debe un monumento en prueba de agradecimiento por salvar de tantas afugias a los estudiantes recluidos en unas aulas de clase que terminan mirándose con desprecio… como unas jaulas.
Algunas situaciones específicas las justifican: el estrés laboral de los docentes sometidos a la presión de grupos entre treinta y cincuenta estudiantes, el cansancio generado por las rutinas en los estudiantes que entran a dificultar sus aprendizajes y por el lado del comercio y la industria del turismo las ofertas para viajar y disfrutar en los paraísos artificiales de la imaginación de los publicistas, ante la necesidad de obtener los dividendos esperados ante enormes inversiones de capital, en hoteles y estaderos. Las vacaciones son a veces cuestionadas, al considerársele exagerada pérdida de tiempo, subvalorando la actividad del docente y los resultados poco tangibles en los estudiantes.
La comparación con frentes de la producción o la administración son poco coherentes, porque el docente al lado de su actividad académica, realiza funciones que son competencia del hogar, como consejería, orientación. diálogo, afecto, cuidado y protección. Todo ese trabajo invisible va creando situaciones de estrés, desgaste, necesidad de cambiar rutinas, espacios que solamente ofrecen los períodos de vacaciones.
Al terminar este período, que siempre es corto, viene el regreso a clases, a las rutinas, pero con ánimo despierto y la atención predispuesta al trabajo. Un momento para entender que se puede hacer un esfuerzo mayor para alcanzar las metas propuestas.
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