jueves, 29 de diciembre de 2011

DOS INQUIETUDES

En la finalización del año escolar se presentan dos situaciones suigéneris: la inquietud por parte de padres y madres de familia sobre el cuidado de todos esos “locos bajitos” sueltos; y los consabidos resultados del trabajo escolar desde las evaluaciones de actividades y períodos.

La institución escolar ha servido para mantener en una relativa protección a un sector de la población altamente vulnerable: niñas, niños y jóvenes. Los estudiantes mayores de dieciocho poseen mejores mecanismos de defensa ante las arremetidas de todo tipo de peligros en la vida diaria, aunque gran parte de ellos en virtud de la sobreprotección no han podido aún salir del cascarón. Cualquier lugar al cual los estudiantes se desplacen llena de intranquilidad a los padres: paseos, viajes, excursiones, porque consideran que lo único seguro es la “falda materna” y el cuidado policial de algún miembro de la familia.

La llegada del período de vacaciones inquieta por el miedo latente, desde el cual se cuestiona el sistema de crianza: instante propicio para evaluar, si los aportes entregados a los hijos en materia de formación, autoprotección, autoconfianza y solución de problemas repentinos de la vida diaria, tienen alguna validez.  Esta situación justifica que desde el hogar se trate de prolongar el período escolar con  programas extraclase: actividades semiescolarizadas para reforzar algunas áreas del conocimiento o la participación en  tareas lúdicas: uso creativo del tiempo libre,  vacaciones creativas y recreativas. Los estudiantes un poco defraudados, se pueden preguntar: “¿Y entonces, para qué las vacaciones?”

La segunda preocupación es en torno a la promoción del estudiante al grado siguiente. En este aspecto prima la decisión unilateral de la institución escolar con base en los estados del conocimiento del estudiante. El aprender es una función autónoma, homogénea, pero la actividad de aula parte del trabajo con grupos de estudiantes diferentes, distintos. Los lineamientos generales, tratan de articular los contenidos desde la diversidad hacia la unidad. Un propósito destaca la actividad escolar: lograr obtener desde el máximo esfuerzo del estudiante, los mejores logros en lo personal y por contraprestación en lo grupal.

La evaluación es un catalizador que muestra los resultados de los procesos y las condiciones apropiadas para la promoción, esperando descartar el facilismo y la mediocridad. Ronda por supuesto la permanente disquisición entre lo preferente: si lo cualitativo o lo cuantitativo. Lo cualitativo escapa a toda medida distinta a lo conceptual, aunque tiene su sesgo, porque se dificulta medir estados del conocimiento,  comportamientos y niveles de desarrollo en los cuales están involucrados muchos factores. La valoración numérica, cuantitativa, es la más cómoda pero parece ser la menos acertada.

La Escuela Nueva hizo grandes aportes al valorar objetivos de aprendizaje (logros), para asegurar la promoción; pero en una sana política de evaluación la mejor medida es el educador capaz de valorar cualitativamente lo que el estudiante sabe y no sabe, responsabilizándose de la promoción en virtud de un análisis serio de las fortalezas y debilidades de cada evaluado.

La evaluación cualitativa busca un modelo que permita mejorar lo individual, evitando la competencia entre los estudiantes y las comparaciones desde las cuales se definen las categorías de excelente, aceptable, insuficiente, aplazado, bueno, malo, atrasado, aprobado o reprobado. El proceso de aprendizaje en el estudiante, no tiene calificación por las condiciones de apropiación de los conocimientos: dificultosas, lentas, o  aceleradas; determinantes solamente de diferentes estados del conocimiento.

Grupos de estudiantes diversos se homogenizan para hacer menos dispendiosa la tarea escolar, facilitando la evaluación y el cumplimiento con los requerimientos de las autoridades educativas y la institución escolar, sólo como búsqueda de logros colectivos. Si bien es cierto que el tiempo en el cual está inscrito el año escolar, es una presión para el estudiante y una exigencia máxima para el docente; el docente sabe que se pueden dosificar los contenidos para asegurar sus personales logros, con personas que se encuentran en un estado del saber dentro de un largo proceso que dura toda la vida.

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