Después de Abril “aguas mil”, llega la “borrasca de mayo, que no la para ni un caballo” como solían decir los niños de antes; borrasca encargada de limpiar ríos y quebradas, para que las lluvias tengan un cauce sano dando paso a nuevas esperanzas en la fertilidad de los suelos y la posterior benignidad de las cosechas.
El 15 es el tradicional “Día del Maestro”, fecha destinada a recordar a San Juan Bautista de La Salle , sacerdote y pedagogo francés que asumió la tarea de formar los educadores encargados de atender a los niños pobres. Bajo esta condición a De la Salle se le reconoce la fundación de las escuelas normales y las escuelas cristianas, por lo cual es considerado el santo patrono de quienes se dedican a la labor educativa.
Celebrar el día del educador y la educadora, es reconocer una labor que hace parte de la vida de un país que se fortalece desde el aula de clases en la formación de las generaciones futuras, generaciones de relevo encargadas de administrar con honradez los diferentes frentes de la vida en lo político, lo económico y lo social. La función de maestros y maestras es altamente compleja si se tienen en cuenta esos compromisos a los que se adicionan las difíciles condiciones de la vida en el mundo actual.
Los momentos de las evaluaciones decantan los resultados de largos períodos de trabajo, tareas cumplidas y plazos en el tiempo. Así se empiezan a encontrar a quienes poco a poco se abren paso en el mundo laboral, en la administración de los asuntos públicos y en las instituciones de servicio: aquellos niños asustados que una vez en un primer día de clases se logró calmar su ansiedad con una sonrisa; son las personas nuevas que entran a asumir sus roles al interior de la sociedad. Ese es el momento de la real autoevaluación, porque algo del maestro ha quedado impreso en ese ciudadano que se desempeña en actividades al servicio de la comunidad.
Los procesos de formación se logran desde muchos aspectos debido a la heterogeneidad de los grupos que reclaman espacio en la Institución escolar; alumnos y alumnas en pos de una oportunidad para ser orientados en la comprensión del universo; y talvez lo más importante, encontrar una palabra amiga que dé respuesta a las ausencias de padres y mayores en los procesos más importantes de sus vidas. Asumir tareas ajenas por la ausencia de los afectos domésticos hace parte de la labor docente, lo mismo que entrar a competir en el terreno de la información para proveer de elementos necesarios en la función de aprender asignada a los estudiantes.
La carga de responsabilidad que asume el docente desde los componentes afectivo y pedagógico, constituyen el núcleo de su misión. Por un lado, el reconocimiento del estudiante como ser humano, desde sus carencias ante las protuberantes fallas de la educación en el hogar y en lo más crucial de su desempeño, el verse obligado desde las exigencias de las nuevas generaciones a renovarse, actualizar sus métodos y convertirse en cliente permanente de la academia y de los foros de opinión para responder a generaciones cambiantes en sus conductas de entrada al sistema educativo, quienes aumentan en forma progresiva sus niveles de exigencia.
Estudiantes mejor informados son producto del avance en los medios de comunicación e información, muchos de ellos cargando su fardo de soledad y desamparo; a ellos deben corresponder unos educadores que enfrenten con seguridad las crudas realidades sociales y que se puedan comprometer a orientar los aprendizajes desde la posición ventajosa de una excelente formación y de una permanente actualización, a toda prueba.
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