Doscientos años tardó el país para realizar unas elecciones que no terminaran en toque de queda, temores ante la furia de los adversarios de todos los bandos y en que las vías no fueran cerradas cuarenta y ocho horas por las dificultades de orden público que impedían el movimiento de la población.
Las elecciones de antes eran más sencillas pero excesivamente violentas. Existían tres vertientes ideológicas oficiales: dos partidos y una religión. Se conocían los núcleos de población afines a determinado grupo y los votos eran tan constantes como las designaciones a dedo de los gobernantes.
Desde entonces y hasta hoy, el caudillismo ha sido el derrotero común, porque en Colombia siempre se ha votado por un líder carismático o no, el mismo que entra triunfante a los talleres de los medios escritos, radiales y de la televisión para que sea redecorada su aureola y patentado su brillo.
Las propuestas electorales son lugares secundarios en cuyo territorio poco hay que mirar, porque su paisaje es lo suficientemente árido para recorrer. Es el recuerdo en presente de esas viejas costumbres electorales que aún hacen carrera en la, ni tan moderna, práctica política actual.
La información sobre un proceso electoral se tenía desde la escuela primaria, a través de una asignatura denominada Instrucción Cívica. Allí se conocían los derechos y deberes de los ciudadanos; los símbolos patrios, las ramas del poder público y la conformación burocrática del Estado. Entre los derechos y deberes del ciudadano se recalcaba el derecho a elegir y ser elegido –ojo: no reelegido- por medio del “voto secreto”.
La seguridad en el manejo del voto para el elector, terminó con la invención del tarjetón, un instrumento complicado, falto de comprensión e incómodo, un elemental acertijo al que se adiciona la falla protuberante de la entidad responsable de los comicios, que dedica muy poco tiempo a la preparación de las personas encargadas de orientar su uso.
No es fácil manejar cuatro tarjetas electorales para el ciudadano del común, para los limitados visuales, ancianos, discapacitados e iletrados; aunque quien las ingenió puede suponer su funcionalidad. Los resultados indican que se requiere de mínimos instrumentos didácticos que faciliten la comprensión del proceso con poco esfuerzo: “pedagogía electoral” como se reclamaba en este mismo diario días después de las elecciones.
Del total de votantes habilitados por la Registraduría Nacional del Estado Civil, ante el despropósito de los inmanejables tarjetones, solamente un bajo porcentaje descifró el acertijo. ¿Significa esto que la democracia permite el reinado de las minorías electorales, que para el caso serían todas? ¿Fueron los verdaderos ganadores de las elecciones, pues ostentan una considerable mayoría: la confusión, la falta de información; las prohibiciones no acatadas, la intervención en política de altos, medios y bajos funcionarios; el trasteo electoral, el acompañamiento a votar, la suplantación del elector, el voto de los muertos, los votos en blanco, los votos nulos, los votos no marcados, los tarjetones premarcados, la abstención, la compra y venta de votos, la violación de inhabilidades, la votación post comicios, la pereza electoral y el fraude?
Las autoridades electorales deben definir en qué momento no son válidas unas elecciones, porque la ley entra a primar desde la decencia afín con la reclamada honestidad y el prestigio de Colombia ante el mundo.
Los eternos vicios electorales en Colombia están determinados por esa sed insaciable de poder y por los altos costos de las curules. El salario de los congresistas es respetable, además de las prebendas.
Los lemas de las campañas son los indicadores generales de propuestas que pocas veces se concretan, sin embargo es notorio el poder detrás del trono, los ciranoides, los gobernantes invisibles, patrocinadores que determinan lo que se debe decir y decidir. Otro de los fenómenos de unas elecciones es la aceptación de los resultados. Se carece de la mentalidad para perder; difícilmente se acepta la derrota y cuando no hay más alternativa se acude a la tesis Maturana: “Perder es una manera de ganar”; y ¡pobrecito el ganador real, si no pertenece al bando de los ahijados!
Es importante aprender a votar, partir desde lo elemental, no operar desde supuestos en la creencia de que las cosas se entienden, cuando la realidad es otra. Finalmente surge una pregunta que más de un colombiano se hace: ¿Será que las fallas electorales y todos esos vicios y malos manejos favorecen a alguien?.
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