martes, 10 de abril de 2012

SOBREPROTECCIÓN

Los excesos en el proceso de formación generan dificultades, tanto para padres como para hijos e hijas. Por esta razón se puede asegurar que demasiado amor es tan nocivo como la falta de amor.

La aparición de un nuevo ser en el seno de un hogar genera expectativa y ansiedad. Las dificultades iniciales que enfrentan padres y madres ante los avisos de un embarazo, definen comportamientos que están entre una alegría infinita o un “no sé qué hacer” ante los cambios bruscos de la vida que se marcan desde este momento. Los comportamientos de los padres comprometidos salvan la situación del bebé; pero aquellos padres carentes de determinación fluctúan fácilmente entre  el desapego y el abandono, ante la incapacidad de  asumir una responsabilidad o aplicar una sentencia de escape, al considerar que el mundo es un lugar demasiado cruel para que un niño nazca.

La excesiva protección o sobreprotección de hijos e hijas en todos los momentos de su vida surge cuando se considera que aquellos elementos que se les ha dado en todo su proceso de formación, son insuficientes. Es una demostración por parte de los padres del miedo a la soledad, al abandono, a la nostalgia del nido vacío. Se debe entender que los hijos no son nuestros: “ellos hacen parte del espíritu de la vida”.

La sobreprotección impide a los hijos crecer, atando sus alas para evitar el vuelo y manteniéndolos para siempre bajo vigilancia en una urna de cristal: el nido. Padres helicóptero que sobrevuelan en forma permanente por sobre los territorios de unos hijos psicorrígidos y aburridos, apegados al cuidado y responsabilidad de los jefes de hogar: padres, tíos o abuelos. Niños y adultos –eternamente niños-, imposibilitados para independizarse, formar hogar o hacer vida independiente: niños “Peter Pan”, “Bon brill”, residentes vitalicios del hotel mama, solteros empedernidos, estudiantes eternos. La sobreprotección impide asumir una independencia de vida, para la cual no hay elementos básicos de formación.

Los hijos deben aprender a enfrentar sus dificultades, formar hogar, crecer como personas. 

Los modelos actuales de familia muestran una paternidad en crisis y un nuevo modelo de madre proveedora. Los hijos responden al modelo de la ausencia de padre o madre, lo que no impide que puedan ser motivados en el hacer, en el responder y en el autoresponder. 

Después de asumir responsabilidades y culpas, padre y madre se hacen el propósito de evitar el sufrimiento de los niños, para lo cual desde el primer momento se dedican a formar una persona nueva diferente a ellos mismos.

La situación se torna compleja cuando se trata de niños abandonados por el padre o la madre,  y uno de los dos asume  toda la carga; el pequeño(a) se convierte en centro de  los beneficios de ser único, insustituible e intocable: ¡Su majestad el niño!

Es común oír decir “Yo quiero que mi hijo no sufra lo que yo sufrí. No quiero que soporte las privaciones por las cuales pasé. Quiero que tenga la felicidad que no tuve”. Pero, no olvide que estamos en otra época, otro estilo de vida, otros intereses. No es a los hijos a quienes se quiere salvar de la pobreza, el desamor y el sufrimiento; es a usted mismo(a), a ese niño interior que desde el fondo del alma pide saciarse porque sus etapas de formación quedaron inconclusas y sus necesidades insatisfechas.

En respuesta a esta situación histórica niños y niñas comienzan  a recibir, en medio de un desorden poco calculado, las compensaciones infinitas por las carencias hacia una persona que no son ellos y una época que no les pertenece.

Al apersonarse de una adecuada formación se debe pensar en estructurar personas equilibradas, que pertenezcan al mundo; capacitadas para vivir sin sobresaltos y capaces de construir futuro para sí, tratando de mejorar su entorno; enfrentando sus personales dificultades y evitando el sufrimiento. 

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