En el convenio social, cuando no se cumple con la normatividad establecida, se genera un desequilibrio, el hecho desagradable altera el normal funcionamiento de una o varias instancias. Ante esta situación se crea el castigo, aplicable al infractor: para corregir, restablecer el flujo normal de las situaciones y continuar operando bajo las condiciones preestablecidas, evitando de paso la repetición del suceso en condiciones similares.
Existen varias formas de castigo que van desde lo elemental de un regaño o la privación de algo, hasta la rigurosidad de la ley que puede llegar hasta la reclusión perpetua, la aplicación de la Ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente” o la pena de muerte. El castigo como tal hace parte del convenio social y de la normatividad propios de la cultura, en la cual se incluyen los conceptos de ética y moral.
El castigo aplicado a niñas, niños y adolescentes puede pensarse desde la edad de quien lo aplica y de quien lo recibe; puede ser físico suave, medio y severo; castigo psicológico o la combinación de ambos. Los adultos asumen el papel de orientadores, controladores, supervisores, evaluadores de los comportamientos y castigadores. En la mayoría de los casos al aplicar el castigo, se carece de la suficiente tolerancia, poco se conocen los procesos de evolución y de socialización, y se reclama un comportamiento modelo a niñas, niños y adolescentes que a lo mejor no entienden las causas del reclamo y dudan sobre el equilibrio emocional de quien aplica la sanción.
Muchos castigos típicos de la escuela de antes, subsisten en algunos países, muy a pesar del esfuerzo de las autoridades educativas y las recomendaciones de la psicopedagogía moderna. También subsisten en el mundo de hoy, los malos recuerdos que muchos adultos conservan de sus maestros. Muchos castigos aplicados en los hogares de antes subsisten de igual manera como continuidad de una cadena de abuso y maltrato que pasa de generación en generación.
La crianza en el hogar ha operado en función de la edad: de 0 a 4: ambos padres; de 5 a 9: la madre; de 10 a 18: el padre. La relación de castigos utilizados, son abundantes; predominando los golpes con objetos, las manos y los pies: cachetadas, nalgadas, palmadas, pellizcos, pinchazos, planazos, puntapiés; la aplicación de calor provocando quemaduras, con planchas, agua hirviendo, manos colocadas sobre la estufa y quemaduras con cigarrillos encendidos. La inmovilidad, atando, colgando y encerrando. El uso del miedo: el encierro en el cuarto oscuro, las sentencias y las maldiciones. Hay castigos que afectan en forma notable, como la irresponsabilidad y falta de compromiso de los padres; el aislamiento, el grito, la subvaloración, la discriminación, las amenazas con la autoridad, amenazas con las evaluaciones, las comparaciones, las clasificaciones, las preferencias y el maltrato verbal: reproches denigrantes, insultos, cantaleta y ofensas: “Eres un inútil”, “Eres un bruto”, “No sirves para nada”, “Me decepcionas”. “Eres el regalado”. Esto se complementa con el silencio: no dirigir la palabra, desconocer, hacer invisible al castigado y la definitiva expulsión de la casa. Estos son los aportes subliminales para el futuro de los afectados.
Los objetos más utilizados para el castigo físico son la correa con hebilla, los ramales de la funda de los machetes, la escobadura, la pringamosa u hortiga, cables eléctricos, rejos secos y mojados, las chancletas, la vara, la regla, la férula, el plano de los machetes; los objetos punzantes, las prendas femeninas para los niños llorones, los granos o piedrecitas para arrodillarse, los adobes para sostener en alto. Las actividades no apetecibles como lavar sanitarios, barrer, lavar, arreglar la cocina, planchar y el abuso sexual.
La reacción inmediata al castigo es el llanto, el miedo y los deseos de huir; un estado de impotencia y de abandono y una depresión profunda. No es posible responder al castigador en igual forma, pero ese deseo se acumula en niños; en adolescentes resentidos, díscolos, pendencieros. Se busca huir del lugar donde se recibe el maltrato. Una de las formas tradicionales en las niñas es huir con su novio o provocar un matrimonio para escapar de la tortura del hogar.
La educación y la formación en negativo produce efectos sobre el organismo y el comportamiento. La salud del niño maltratado no es buena y el rendimiento escolar es bajo, aunque en muchos casos se busque refugio en la escuela. Los niños en medio de esta presión tienen preferencia por la calle, crecen convencidos de que su cuerpo no les pertenece, viven en la inseguridad, los retrasos, la tartamudez y generan ceguera, timidez y depresión. Abandonan fácilmente el hogar y empiezan a jugar su vida al azar. Hay proyección de los traumas a largo plazo, en el miedo, la mentira, la angustia, las fobias, los deseos de venganza, la inseguridad y el desamor; secretas venganzas contra la sociedad, la familia y los padres. De adultos tratan de reproducir el medio que les sirvió de modelo en su formación, construyendo un medio social violento y sin futuro.
Los centros de internamiento y resocialización acogen la mayor parte de niños delincuentes o en proceso de desadaptación social generalmente víctimas del maltrato en el hogar, fruto de la vulnerabilidad, la debilidad y la desprotección, víctimas de la crueldad y los castigos peligrosos y denigrantes.
La formación y educación en positivo reconoce las condiciones del castigo, de su aplicación y de quien lo va a recibir, se apoya en el concepto de que enseñar es corregir. Se necesita la aplicación de reglas formadoras, la obediencia en función de los saberes y la disciplina concertada para la formación del carácter. Muchas personas consideran que el castigo físico les valió; pero a cualquier edad puede operar la concertación, la negociación, la conciliación y el diálogo constructivo. Un premio o un castigo pueden ser negociables; y en cuanto a los abusos, al niño hay que creerle.
El mundo actual viene exigiendo nuevos y mejores padres, no torturadores; y en la misma proporción nuevos y mejores métodos para la crianza y las buenas relaciones interpersonales al interior de la familia y la sociedad. Se debe escoger entre educar y formar… o amaestrar. No se puede olvidar que el maltrato físico, el abandono y el abuso sexual son los elementos claves para formar un delincuente.
-NLA-
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