martes, 10 de abril de 2012

ENTRE EL MIEDO Y EL AMOR

El miedo es una constante en la vida humana. La Real Academia Española de la Lengua, lo define como una “Perturbación angustiosa del ánimo, por un riesgo o daño real o imaginario”… “Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”… En Derecho: “El que, anulando las facultades de decisión y raciocinio, impulsa a una persona a cometer un hecho delictivo… Es circunstancia eximente”.

El miedo posee una constante: la desprotección: incapacidad de enfrentar a un enemigo superior, es el cuarto oscuro en la noche de la infancia, falta de cuidados, la falta de amor que es su contrario. El único lugar seguro pudo haber sido el vientre materno; los niños regularmente recurren a esa humedad para protegerse de sus miedos infantiles dentro de una incontrolable enuresis y los adultos en muchas circunstancias tratan de regresar protegidos por su niño interior al recuerdo protector de su vida de gestación desde la salvadora posición fetal.

Cuando los pueblos primitivos experimentaron el miedo encontraron que existían inexplicables fuerzas muy superiores a sus fuerzas, e inventaron a los dioses y a la vez inventaron los ritos y los sacrificios para apaciguar su ira. Al descubrir la posibilidad de contrarrestar con su ingenio la amenaza de seres de su entorno, buscaron la prolongación de su fuerza y sus manos e inventaron las armas, el fuego, la rueda y la cooperación ya elaborada desde la distribución del trabajo; y finalmente inventaron la guerra. 

La extraña relación depredadores - depredados generó todos los desequilibrios que se consolidaron en el miedo y toda actividad humana fue cubierta por un velo en el que se colocaron las fobias delimitadas entre el perder y el ganar, el hablar y el callar, el iluminar y el oscurecer, el retener y el liberar, el morir y el vivir, el proteger y el abandonar; mundos contrarios dentro del eros y el tánatos, de la vida y la muerte, del ying y el yang.

El miedo enquistado en los predios de la desprotección, la falta de amor y la posibilidad de morir nos hace siempre reaccionar y buscar en primera instancia protección. Si se está seguro en el amor no tiene por qué existir el miedo ni la compañía, ni el arma ni el escudo. La primera reacción se encuentra en el cuerpo que somatiza el evento: parálisis, enmudecimiento, sudoración, disfunción de esfínteres, llanto, desvanecimiento. La reacción siguiente es el acto sin control, el grito, la búsqueda de protección y la conversión de cualquier objeto en arma, o el uso de ella si se posee.

Nuestro mundo vive los episodios del miedo. Quinientos años de violencia son prueba suficiente, saltamos de la seguridad de la vida pastoril al encierro de la cerca, la puerta de trancas con candado, el condominio con vigilancia privada las 24 horas, la ventana de simple aldabón con la reja protectora, la puerta con chapas de seguridad inclusive el blindaje a puertas, ventanas y vehículos. Pululan cámaras, sensores, detectores de metales y armas; y perros amaestrados contra el peligro.

No es gratuito que los ejércitos tengan armas y controlen el cielo y la tierra, el mar y aún el fondo del mar. No es gratuito que al soldado y al policía les sea asignada un arma acompañada de chalecos antibala, para enfrentar su miedo personal y los miedos ajenos. Cada vez la defensa exige mayor especialización y reclama de sus participantes una mejor formación a partir de respuestas inmediatas ante una amenaza potencial.

Para el efecto los llamados organismos de seguridad especializan a sus integrantes en acciones defensivas-reactivas, lo que afecta su condicionamiento ante la necesidad de seguridad: máquinas humanas de defensa, el mundo de “Rambo” y  “Robocop”.

Los oficiales de alto rango llevan su escolta, los presidentes, los personajes de alto estrato, los embajadores, los políticos, los amenazados, los jueces e incluso la alta delincuencia tiene sus anillos de protección. La función de los escoltas es proteger de los miedos recurrentes a personajes que a veces ponderan sobre el favor y el amor de las personas, pero parece que ese favor popular y ese amor sólo alcanza para cuidar sus sueños de ser amados y de ser grandes; y de creerse casi inmortales.

La escolta protege; sin embargo los magnicidios nos recuerdan que hay puntos permeables por donde se puede filtrar la bala mortal y la desprotección total: Uribe Uribe, Gaitán, Galán, Jaramillo Ossa, Gómez Hurtado, Fidel Cano víctimas de la sobreprotección y la desprotección, solamente para mencionar los casos de lo cotidiano en nuestro país.

Realmente la escolta hace su trabajo de protección a pesar de la filtración de la desprotección, en una consigna suicida: “Yo protejo tu vida con la mía”.
Las preguntas que se infieren y que deben responderse en el caso que nos ocupa. son:
¿Quién protege al escolta, al policía, al guarda, al vigilante de la cuadra?  ¿Tienen derecho el escolta, el policía, el vigilante de la cuadra a ser objeto de sus propios miedos? ¿Tienen derecho a reaccionar ante sus miedos? ¿Para qué se les suministra un arma?

El miedo es el estado inicial de la paranoia: “Psicosis crónica caracterizada por un delirio más o menos sistematizado, el predominio de la interpretación, la ausencia de debilitación intelectual y que generalmente no evoluciona hacia la deterioración…”La paranoia es un trastorno mental primario, incluido por Freud en el delirio de persecución, la erotomanía, la celotipia y el delirio de grandeza. Engloba los delirios crónicos y sistematizados. Tiende a estados de disociación como la esquizofrenia”.

La depresión desemboca en estados paranoides. El fundamento de la paranoia es el fantasma de “la persecución por los objetos malos” que se manifiestan en la fantasía de los delirios. Los episodios paranoicos pueden presentarse en forma esporádica, generando reacciones inesperadas porque su detector básico es el miedo.
-NLA-

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