martes, 3 de enero de 2012

LA BRUJITA BUENA

Los hermanos Moure llegaron una vez a Pereira en el sopor de un largo viaje en bus desde Bogotá, con un baúl de los que usaban las abuelas para guardar cachivaches y recuerdos, como único equipaje. En un rincón de aquella arca secreta y en talegos marcados como “Alotero”, venían sus escasas pertenencias y en todos los espacios disputando sus prelaciones, una infinidad de muñecos entre los que se destacaban, brujas, diablos, esqueletos, piratas, campesinos, guerrilleros, soldados, ladrones, curas, bomberos, hombres, mujeres, niños, niñas, tigres, elefantes, conejos, perros, y una cantidad de artilugios desarmables que facilitaban la construcción de fantásticos escenarios para un teatrino que se improvisaba entre palos y cortinas. Las representaciones del teatro de títeres del grupo bogotano en la sede de la Sociedad de Amigos del Arte de la calle 18 entre carreras séptima y octava, durante dos semanas de unas lejanas fiestas de Agosto, ofrecieron obras inmortales para un público infantil cada vez más ansioso. Quienes habíamos recorrido la infancia a “tramacazos” tuvimos una oportunidad para recrear lo poco grato que quedaba de esa etapa, celebrando con sonrisas las geniales ocurrencias de los titiriteros.

De aquella experiencia surgió la idea de conformar un grupo de teatro de títeres, como un instrumento pedagógico de gran utilidad: el teatro de títeres “Jim´s Patelin” dirigido por el profesor Jaime Orozco. Se contó con la participación de los educadores Diego Cataño y Antonio Quiroz y los estudiantes de teatro Alfonso Carmona, César Patiño, los hermanos Echeverri: Benicio, Jairo y Darío… y otros.  La empresa como tal operó durante dos años recorriendo diferentes escenarios del país y desapareciendo por su propia dinámica.  El montaje consistía en la selección, adaptación y estudio de las obras, la fabricación de los muñecos en papel maché, y la elaboración de la escenografía. Las dos obras de mayor éxito fueron: “Tío conejo zapatero” de Enrique Buenaventura y “La brujita buena”, un anónimo de la edad media.

En “La brujita buena”, los textos se facilitaban para reacomodar escenas y determinar geniales improvisaciones, utilizando la sátira política y el punto débil de las pasiones humanas.  Maléfica, la bruja mala vivía en el castillo encantado, su palacio de gobierno. Luchaba por ser bella, esbelta, adinerada, prestante y tener el favor del público. Hacía sus vuelos diurnos y nocturnos de cacería con cualquier pretexto, utilizando miles de artimañas. Tremebunda o Fredesbunda, era su asistente, técnica y académica; le fabricaba sus discursos, le daba pautas para que la maldad no se notara y con gran frecuencia se enfrentaba a su jefe, armando grandes alborotos en la torre del castillo, cuando las cosas no salían bien.

Angelita, aprendiz de bruja, era incapaz de aprobar los exámenes de maldad. La culinaria brujildiabólica le originaba escozor porque tenía que recoger agua lluvia en medio de una tempestad cerca al cementerio, a las doce de la noche, un viernes 13, colocarla en un caldero alimentado con tablas de ataúd usado y fuego de las entrañas de un dragón imberbe; debía agregarle al agua dos bostezos de muerto, lágrimas de cocodrilo huérfano, patas de moscas rosadas, ojos de araña virgen, lenguas de sapo, escupiticas mágicas, plumas de serpiente emplumada, una cucharadita dulcera de salsipuedes, una ramita del nido del pájaro macuá y… danzar y danzar  y danzar, durante toda una noche de luna llena, alrededor de la olla, para que los ingredientes no perdieran sus efectos mágicos.  Juanito, un niño bueno y obediente, hijo del pastorcito mentiroso había sido raptado por las brujas malas para celebrar con sopa de niño, aquel día del Halloween; se encontraba encerrado en una urna de cristal.

Ante la imposibilidad de aprobar las materias del pensum de brujería como “Maquillaje I”, “Chismes IV”, “Incumplimientos y retardos III”,  “Viaje en escoba I”, “Suegra mamona I”,  “Brebajes II” y “Culinaria brujildiabólica I”; Angelita resolvió huir de aquel castillo rescatando a Juanito para lo cual contó con el apoyo de un grupo de buhos verdes encargados de proteger a los niños perdidos en el bosque. Angelita, la brujita buena, se convirtió por esta acción en hada madrina.

Cuando las brujas regresaron a terminar de preparar el almuerzo descubrieron que Angelita había huido llevándose a Juanito, siendo sorprendidas por la enorme explosión de la sopa descuidada, en la olla a presión; las doñas sufrieron quemaduras de tercer grado. Rescatadas por un diablo viejo, repuestas de sus dolencias quedaron sin fuerza para el vuelo y andan por ahí en un carrito de balineras, alimentándose de los frutos maduros que caen de los árboles del bosque, cuando son sacudidos por los vientos fuertes en las noches oscuras de Octubre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario