Amiga:
La casa parecía haber partido tras de tus pasos el mismo día que decidiste huir de todas las cosas inscritas en el pasado y en el presente, al comprobar que el amor eterno solamente duraba seis meses. El balcón lloraba con la lluvia la ausencia consentida y los pequeños espacios dormían su soledad. Las jaulas en las que se acunaban los trinos solamente eran un recuerdo de rejas solitarias, perdidas, sin los cadáveres de los pequeños prisioneros. El jardín también empezó a morir el día que la abuela quiso partir antes hacia un mundo más lejano, el mundo de las estrellas donde aún se contemplan las puestas de sol desde un pequeño asteroide inventado por un soñador, el mismo que conservaba una rosa y un volcán; allí en un punto perdido del universo.
La mesa no pudo retener por un instante más, las fragancias de la cocina y aún se encuentra vacía. La soledad de las alcobas recordaban tus pasos, tus sueños. La biblioteca no volvió a sentir el leve crujir de las páginas de tus libros y la alcoba de los espejos no volvió a reflejar las siluetas de los cuerpos y las cosas. Aún la sala conserva voces y miradas, palabras, gustos y disgustos y el sonido lastimero de una milonga en una noche llena de silencios; porque nadie espera, nadie escucha frente al teléfono el timbre que repicaba a las siete en punto de la noche.
Era un imposible partir tratando de abandonar recuerdos, porque todos los recodos de la piel llevaban la huella del calor de otras manos y unos besos tatuados sin remedio. Una vez más trataste de emular la luz que buscaba la sombra sin encontrarla. No era posible borrar el pasado; son huellas de otros caminos que reaparecen en un olor, una palabra, una canción, un momento que provocó sonrisas. No pudiste incorporar al cuerpo y al alma lo aprendido, lo escuchado, los caminos recorridos que hablaban de paisajes, de calles nuevas, de lugares cargados de silencio; los mismos que importunaban los sueños y las palabras, para justificar las fugas. No es posible borrar la piel, llevar las emociones al punto cero y decirle al tiempo ¡no avances! y al pasado ¡no vuelvas!
Los septiembres de amor, amistad, flores, palabras, ilusiones, sueños y esperanzas; son propicios para recordar tus silencios antiguos y actuales. Te escribo porque sé que en algún lugar de ellos se filtran mis palabras que buscan tus ojos cansados y tu oído despierto… para hablar un poco. Han pasado los años y no hay reencuentros, se hicieron imposibles, innecesarios. Basta solamente desearlos, para recorrer los espacios solitarios de la casa de siempre; desde donde muchas veces se salía a buscar caminos, otros lugares, otros momentos. Es posible el encuentro en los momentos bulliciosos del salón de clases, donde compartíamos amigos y esperanzas; y te sorprendía en la risa amplia, y en la seguridad de tus afirmaciones y deseos.
Ya no es necesario verte, el alma sabe en qué lugar te encuentra. Sé que estás ahí, sin esperas, sin los ruidos de las cosas superfluas, en cualquier hora del día, vas y vienes en las intermitencias de la soledad, entre tu alcoba y tus libros: entre tus recuerdos y los míos; en la historia sin fin de los salones de clase que te llenaron el alma y donde una vez, muchas veces, te reencontraste con tu infancia para regalar infinitas ternuras al alma casi solitaria de tus estudiantes.
Alguna vez quise volver a pensar en ti, por esta razón aproveché este día de Septiembre para hacerlo.
Procura ser feliz.
Me gustó...gracias.
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