Desde el momento de nacer se van consolidando los aprendizajes con la obtención de un buen bagaje de información en todos los instantes nuevos de la vida. El paso a un mundo independiente va procurando nuevos saberes, siendo el “ensayo – acierto – error – corrección”, una de las formas más elementales en la adquisición de los aprendizajes. Por estas razones se puede considerar que se aprende para sobrevivir y evitar situaciones de peligro; jamás para ser evaluados.
La evaluación escolar consiste en la relación que se establece entre objetivos, fines, propósitos y resultados al interior del proceso educativo, cuya búsqueda es la formación de mejores seres humanos dentro de unos perfiles de sociedad y de individuo preestablecidos. La evaluación está implícita en toda actividad humana, es permanente y se sistematiza al interior de los procesos educativos y de formación, buscando generar responsabilidad en los aprendizajes, para ser mejor. Como instrumento del aprendizaje la evaluación califica los estados de un proceso específico, considerado a veces como promotor de la adquisición de conocimientos para una nota, para competir y poco para saber.
Bajo estas condiciones se ha tratado de obtener un modelo de evaluación del rendimiento escolar que facilite la retención de los estudiantes al interior del sistema educativo, que genere satisfacciones en el aprender y que los aprendizajes estén de acuerdo con la calidad esperada, para dar respuestas acertadas a las exigencias de cada uno de los niveles de formación y de los espacios subsiguientes en los puestos de trabajo, en la actividad laboral. Para obtener ese tipo de evaluación ideal se ha caminado dando tumbos desde los terrenos del conductismo en las relaciones estímulo respuesta, premio castigo; hasta el más descarado leseferismo en el mundo de la irresponsabilidad, de la locha, del rescate y de las promociones sin un mínimo criterio científico sobre condiciones mínimas de aprendizaje. Muchos ensayos y mínimos resultados: con evaluación numérica, conceptual, superación de objetivos de aprendizaje, promoción automática, política de logros, rescate, habilitación, rehabilitación, validación, convalidación, cadena que se sigue de exploración en exploración con un claro sabor a improvisación.
Cuando se habla del fracaso escolar y se asegura que la educación de nuestros estudiantes no está correspondiendo a los propósitos del estado y la comunidad, hay desbandada. La papa caliente de la responsabilidad salta de un estamento a otro. Se cuestionan las políticas de Estado, los recursos, la preparación de los Docentes, los niveles de educación, los programas de las Universidades y de las entidades encargadas de la formación de los maestros, los compromisos de la familia y se confluye a los espacios de un ente etéreo: la evaluación. Porque la evaluación da el aval para la promoción hacia otros momentos en los cuales se han de adquirir nuevos aprendizajes. Se evalúan los avances en los estados del conocimiento, desde situaciones específicas dadas, relacionando un estado inicial con una situación mejorada.
En este maremagnum de los sinsentidos se debe reconocer que la única instancia está en el docente desde su percepción y desde el trabajo con sus estudiantes, capacitado como ninguno para decidir quien está en condiciones de ser promovido a la etapa siguiente. Bajo esta perspectiva, una propuesta que no es del todo descabellada se remite a la autonomía institucional para la evaluación y la promoción y de acuerdo con los lineamientos generales que obedecen a políticas del estado para el manejo de la educación. Cada institución educativa sabe desde siempre cuál es su tarea en los procesos de aprendizaje y puede responder con criterios profesionales sobre el tipo de egresado que sale de sus aulas, sin necesidad de responsabilizar a nadie de sus éxitos o sus fracasos.
Es además la educación como necesidad prioritaria del ser humano, orientada por seres humanos, la que tiene como misión la formación de mejores individuos dentro de los propósitos de una sociedad que lo reclama y dentro del contexto de una evaluación formativa que no solamente atienda la parte cognitiva sino que reclama lo afectivo en concatenación con lo que respecta al sentido de vida.
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