Después de la conquista, el período colonial determinó funciones y privilegios para conquistadores y colonos. Se repartieron las tierras expropiadas a los nativos, se esclavizó a la población, se impuso el catolicismo como religión oficial y la lengua española como única. La administración de las colonias empezó a depender de los dictados de la metrópoli que a la vez imponía las costumbres. Las nuevas ciudades empezaron a denominarse como las de la tierra lejana para darle salida a las nostalgias, haciéndolas similares al recuerdo: sus calles, sus techos, sus ventanas, sus balcones y sus puertas enormes. De la misma manera, los pobladores, por edicto real debían vestirse a la usanza española, modelos que aún perduran en muchas regiones de América India.
El indígena calificado de salvaje, caníbal e infiel fue reducido a la esclavitud hasta el agotamiento, momento en el cual muchos clérigos propusieron utilizar la mano de obra negra arrancada del África, generosa en fuerza y capacidad de trabajo. Tanto a negros como a indígenas se les arrebató el privilegio de tener alma, al considerárseles animales parlantes, por lo cual se les podía negociar como mercancías y disponer de su vida.
El florecimiento de la explotación colonial de los territorios de América, fue la verdadera ruina de España que descuidó el fortalecimiento de su economía nacional en beneficio de la naciente industria de los países vecinos. En este contexto, eran evidentes los resentimientos entre familias, por las desiguales distribuciones de tierras, riquezas y privilegios que otorgaban las autoridades coloniales o que venían con la bendición de la metrópoli. También España se encontraba necesitada de más fondos para el sostenimiento de las guerras sucesivas contra los países vecinos.
Los impuestos empezaron a taladrar las economías domésticas de españoles peninsulares y criollos. En protesta contra tales exigencias se desató la llamada Revolución Comunera, la misma que fue aplacada, negociada y posteriormente traicionada por los estamentos oficiales del virreinato. El oscurantismo cubrió todas las instancias de la vida colonial y marcó la dependencia a la corona española.
Los episodios posteriores generaron el desenlace esperado durante muchos años y llevaron a la derrota política y militar de los peninsulares en la Nueva Granada. Se destacaron la crisis de poder ante el enfrentamiento del Virrey con el Cabildo; las acusaciones ante el Consejo de Indias por nombramientos inconsultos, negligencia en el ejercicio del cargo y por la venta de empleos y beneficios eclesiásticos. Por otro lado, el Cabildo dividido protagonizaba frecuentes zambras. El panorama político cada vez más tenso; el ocultamiento de las noticias: la población desconocía la real situación de la península en lo referente a la guerra contra Francia, silencio que generaba desconcierto porque la derrota de España parecía inminente. Simultáneamente ciertos acontecimientos en el virreinato eran cada día más constantes: conmociones sociales en Cartagena, Cali, Pamplona y el Socorro.
Con el fin de solucionar con prontitud la cantidad de conflictos que enfrentaban estas provincias, la corona envió a Antonio Villavicencio el Regio Comisionado, a quien cada uno de los bandos en pugna pretendía colocar de su lado. Entre tanto, el notablato criollo vio la proximidad de su cuarto de hora: “una riña callejera a la postre desembocó en un motín capaz de tumbar un gobierno”.
El plan consistíó en que Antonio Morales Galavís debía provocar un incidente para levantar los ánimos contra los españoles. Se escogió al próspero tendero José González Llorente, adicto a la causa del Rey Fernando VII para que prestara un florero para adornar la mesa en el homenaje al Comisario Regio Antonio Villavicencio y Berástegui. Las palabras de Llorente fueron consideradas ofensivas contra los criollos: “No sólo no presto el florero sino que me cago en Villavicencio y en todos los americanos”. El tumulto de vecinos no se hizo esperar. Los acontecimientos precipitaron la proclamación de un Cabildo ante la mirada sorprendida de Villavicencio.
El poder cambió de manos. El Virrey Don Antonio de Amar y Borbón finalmente cedió ante los acontecimientos: “Conceda vuecencia lo que pida el pueblo, si quiere salvar su vida y sus intereses”.
José Acevedo y Gómez pidió la creación de una Junta de Gobierno la cual se encargó de elaborar el acta correspondiente. Era el viernes 20 de Julio de 1810.
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