Las llamadas catástrofes naturales hacen parte del comportamiento rutinario de la naturaleza en función de su propia dinámica, accionar siempre precedido de un sinnúmero de señales de alarma, cuyos códigos no son interpretados por los agentes de la previsión, entre quienes se cuentan funcionarios del estado saturados de normatividad y encargados de hacer cumplir los mandatos sobre prevención y cuidado.
Cada día del año en algún lugar del mundo se presenta un accidente previsible: en el aire, en la tierra, bajo la tierra, sobre el mar y en el fondo del mar. El hecho de penetrar lugares desconocidos conlleva a enfrentar peligros, condiciones de alto riesgo que comparten espacio con lugares de trabajo donde se actúa irresponsablemente como si la dependencia fuera familiar y las dificultades menores; indiferentes a los logros de la ciencia que trata de cumplir con las exigencias de la naturaleza para operar en una mutua correspondencia, aceptando distancias y aproximaciones.
Víctimas de los cambios políticos en su país unos astronautas rusos orbitaron la tierra mas tiempo del estipulado, mientras en casa, cada quien por su lado evadía la responsabilidad del rescate. En la ciencia ficción aún se especula sobre la suerte del “astronauta errante” cuyo cuerpo flota en su propia eternidad, incrustado en una cápsula que nunca podrá ser recuperada.
Las historias del mar son incontables, la más famosa corresponde al desastre del Titanic, en su viaje inaugural, supuestamente fruto de la imprevisión de su capitán, al tratar de imponer una marca de velocidad, subvalorando la presencia de los enormes icebergs flotantes en las heladas aguas de los mares del norte.
Las historias de la tierra por su lado cuentan sobre la actitud provocadora de los seres humanos en busca de tesoros ocultos. Se trata de desconocer que el estudio sobre el comportamiento de los suelos no está acabado, el movimiento constante de las capas terrestres no parece importar, se minimizan las normas de seguridad; pero se usufructúan sin medida las bondades del suelo, el subsuelo y el cielo. Sin embargo, la prudencia nos habla sobre la existencia de fuerzas y fenómenos que se desconocen y que es mejor no provocar.
El rescate de treinta y tres mineros de la mina de oro y cobre San José, en la localidad de Copiapó, desierto de Atacama en el norte de Chile, deja grandes lecciones: la presencia del estado en la figura de su presidente y la presencia del presidente de Bolivia recordando que en algún momento de la historia parte de ese territorio era su salida al mar. La lección siempre olvidada del comportamiento de la naturaleza ante la imprevisión del ser humano y la inoperancia de las normas y de una empresa a la cual no se le conoció el rostro, propietaria de “una mina que estaba mala y caían piedras”, según afirma el minero Florencio Ávalos Silva. Los mineros chilenos entregan la mejor lección en cuanto planificación de acciones, organización y distribución de tareas y el llenarse de esperanza para que ese renacer sea posible. El paso siguiente exige reacomodarse y determinar culpabilidades.
Mientras esto ocurre en Chile, con toda la parafernalia a su disposición, varios mineros colombianos son sepultados en un derrumbe al interior de una mina de carbón en un paraje solitario de una de nuestras cordilleras. Lugares comunes de la minería artesanal, carencia de mínimas condiciones de seguridad y orfandad en la supervisión real sobre la posibilidad de operar, porque la seguridad total no es responsabilidad solamente de San Lorenzo, protector de los mineros.
Los comportamientos del cielo, la tierra y el agua, cada día dan señales de alerta: la capa de ozono, los deslaves, las inundaciones y las sequías. Desde estos lugares premonitorios se reclama la protección de la vida humana en todos los espacios del trabajo: en el campo, en la mina, en la fábrica; vías seguras con el estudio previo de los suelos; vivienda digna sismorresistente y protegida contra inundaciones.
El conocimiento del comportamiento de los fenómenos naturales debe indicar que es posible la optimización de la seguridad en el trabajo, la protección de los recursos y la vida. Solamente así se logra comprender que la ciencia ha cumplido con su objetivo de hacer posible el cuidado y la previsión para que sea grata la permanencia del ser humano sobre la tierra.
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