LAS ABUELAS nacieron y se hicieron en el mundo de la familia para eternizarse y llenarse de merecimientos. Desde ellas se desprendieron los caminos de la vida y las historias simples de cada uno de los personajes que los caminaron.
Las abuelas de antes eran mujeres heroicas, construyeron familia al tiempo que alentaron el trabajo de los varones en las labores del campo y la arriería. Desempeñaron su papel con entereza hasta que el último de sus hijos cumpliera con los plazos de su vida, para declararse plenas.
Juana siempre fue abuela. Era una mujer menuda que alguna vez resolvió enrolarse con su esposo, sus doce hijos, cuatro mulas y varias mujeres del poblado, en una correría de arrieros, desafiando trochas, cañadas y caminos de herradura. Como todas las mujeres de la época, acompañaba la mañana con una oración antes de iniciar las labores de la cocina para despachar los arrieros que aquel día partirían, en una jornada de muchas semanas por las montañas de Antioquia, Caldas y Valle a llevar las mercaderías y los encargos de los habitantes de las nuevas colonizaciones. Hacía parte del grupo de mujeres que se alternaba en las labores del camino, preparando la limonada con panela y agua fresca, los alimentos de costumbre y montando y desmontando las toldas en las rutinas de la mañana y la tarde.
Después de doce días de caminos, llegaron al guadual que señalaba el paraje de “Los Molinos” donde el abuelo había comprado, en su última correría, una vieja casa de paredes de bahareque y techos apuntalados en guadua y teja. Mientras los niños recogían las basuras del patio, ella limpiaba los cuartos y las niñas mayores preparaban la comida para los arrieros que continuaban la jornada hasta Cartago Viejo. El abuelo y los peones desmontaron el coroteo que había llegado en las mulas adelantadas. La abuela quedó con sus hermanas, ensimismadas en sus quehaceres que desde aquel instante, se iniciaban a las cuatro de la mañana y concluían cuando las sombras cansadas de la oscuridad buscaban refugio en el parpadear de las velas.
Un día cualquiera, la abuela, inició su interminable periplo de soledad, cuando se dio cuenta que de sus doce hijos solamente uno logró permanecer a su lado.
Manuel, tenía un extraño entretenimiento: conversar largas horas con los bichos que capturaba con un zapato-trampa concluyendo en interminables soliloquios frente a una pared.
El día que la abuela murió en la casa de San Vicente, mientras la llevaban al cementerio, Manuel recuperó el juicio. Nadie lo tuvo en cuenta cuando tomó su camino hacia el norte, recogiendo sus pasos de muchos años atrás. Desde entonces todos lo dieron por desaparecido.
LAS TÍAS, nacieron buenas, dicharacheras y conocedoras de las historias más inverosímiles del mundo familiar y de toda el área que circunscribía los perímetros de la casa y la parroquia, incluyendo los predios blindados de las historias enrevesadas de las encopetadas familias de la ciudad.
Así era Fanny. Ella contaba que en la esquina, a cincuenta pasos de su casa, mataron a “El Cóndor”. Había acabado de servir los “tragos” y tuvo tiempo de contar los cinco disparos y aún ver a tres hombres enruanados que cruzaron buscando el camino cómplice del río.
La calle, la cuadra y la ciudad se llenaron de policías y soldados que corrían en desorden para cualquier lado. A pesar del tumulto, tuvo tiempo de acercarse al cadáver y cerrar sus ojos asustados. Dijo que así quedaron cuando reconoció las caras infantiles de sus asesinos.
La tía nunca tuvo hijos y por la ley de Dios y el mandato de la iglesia conservó una fidelidad a toda prueba. Pasó su vida atendiendo las quejas lastimeras de toda la parentela que la visitaba porque era incansable conversadora y tenía una solución para cada problema.
Cuando llegó a Bogotá calculó que iba a quedarse para siempre, desde entonces la invadió una inmensa tristeza, aumentada por la muerte de Abraham y una madrugada simple de fríos sabaneros todos se sorprendieron porque a las siete de la mañana, aún no se había levantado para ir a misa de cinco de la mañana y regresar a preparar el café de los “tragos”, como lo había hecho desde siempre.
Ninguna de las mujeres quiso reemplazarla; desde entonces, la vieja casa familiar, donde llegaba “la familia de afuera”, se encuentra llena de silencios.
-NLA-
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