-anaquel-nla-927/VI
La luna, ese satélite natural de la tierra, nunca antes de 1969 había sido hollada por la presencia humana. La imagen de ese cuerpo celeste en la distancia, nos enseñaba que hay cosas inaccesibles que creemos que nos pertenecen, que aceptamos su compañía y al hacer parte de nuestra vida y de nuestros caminos nos hacen soñar el sueño inacabado de los misterios lejanos.
Sobre esa esfera vigilante, astrónomos y matemáticos desde los tiempos más remotos, hicieron los cálculos de las distancias, especularon sobre su composición; sus ciclos se homologaron a los ciclos femeninos y los poetas tuvieron un referente en el momento de la inspiración providencial. Su influencia fue considerada sobre las mareas, los instantes recurrentes de la sangre, el comportamiento de las cosechas, la vida toda sobre la tierra; y más aún, sobre las conductas de los seres humanos en los desmesurados espacios de su conciencia y sus emociones: luna de los locos, los lunáticos, los alunados y los hombres lobo; la luna de la penumbra, del misterio y los encantamientos; la luna del mundo misterioso de los místicos, los científicos y los poetas.
Los eternos soñadores, los habitantes del reino de la poesía y la palabra, embriagados por sus ensoñaciones fueron visitantes asiduos del satélite. Algo inalcanzable que siempre estaba ahí y que gracias a esa luz mortecina, dio vida a no pocas historias de terror y de amor, vio el eterno renacer de las auroras y en las noches de bohemia acompañó los cantos lastimeros de los tipleros frente a un balcón.
Desde aquellos lugares de encanto la poesía cantó a la vida:
“Todo está bien: el verde en la pradera,
el aire con su silbo de diamante
y en el aire la rama dibujante
y por la luz arriba la palmera.
Todo está bien: la frente que me espera,
el agua con su cielo caminante,
el rojo húmedo en la boca amante
y el viento de la patria en la bandera.
Bien que sea entre sueños el infante,
que sea enero azul y que yo cante.
Bien la rosa en su claro palafrén.
Bien está que se viva y que se muera.
El sol, la luna, la creación entera,
salvo mi corazón, todo está bien”.
Eduardo Carranza
“¿Me acompañarás entonces
¡oh! Dulce niña?
Iremos lejos,
lejos.
Y si nos coge la noche
nos quedaremos a dormir
en un pequeño pueblo de la luna”. -Luis Vidales-
“Testigos son la luna y los luceros
que me enseñaron a esculpir tu nombre
sobre la proa azul de los veleros”.
Pero la poesía tiene otra forma de ser en la ciencia, la magia del número y el gracioso especular sobre las probabilidades; en este discurrir encontramos a científicos colombianos que han tenido nexos cercanos con la luna:
Los científicos Oswaldo Rey y Rodolfo Llinás y sus aportes notables para las misiones espaciales de la NASA.
Julio Garavito Armero, homenajeado por la Unión Astronómica Internacional al asignar su nombre a uno de los cráteres de la luna, por sus aportes al estudio de influencias y fluctuaciones. Ingeniero civil, matemático y astrónomo, profesor de la Universidad Nacional y Director del Observatorio Astronómico. Su obra: Las tablas de la luna. Sus estudios en economía estuvieron dirigidos a recuperar el país después de las guerras civiles del siglo XIX y su participación en la Comisión Corográfica facilitó el avance de los ferrocarriles y el reconocimiento de las fronteras.
Hemos encontrado que muchos colombianos miran y admiran a la luna, otros tantos la estudian, otros la sueñan y los más osados se la beben:
“Estoy borracho amada, tan borracho,
que si me vieras nunca pensarías,
que soy aquel romántico muchacho
que amaras con pasión en otros días…
Estoy borracho amada, la cerveza
tiene al bajar de mi garganta al pecho,
el acíbar fatal de mi despecho
y el amargo sabor de mi tristeza…
Pues siempre un ebrio fui, que en los destellos
de otras noches serenas y tranquilas
me embriagaba de amor en tus cabellos
y de luz me embriagaba en tus pupilas…
La luna entre mi vaso se ha caído
y tu recuerdo que el dolor aúnan,
en una sola pócima de olvido,
de un solo sorbo me bebí la luna”.
Anónimo.
-NLA-
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