martes, 13 de septiembre de 2011

SEPTIEMBRE DE AMOR Y AMISTAD

Alguna vez, hace muchos años, se celebraba en Colombia “el día de los novios”. El comercio se abarrotaba de mensajes con los detalles simples que novios y novias recibirían ese día. Las serenatas con tipleros alumbraban las ventanas y las novias halagadas lucían su mejor sonrisa. Ramos de rosas aromatizados recorrían la ciudad en manos de mandaderos, testigos anónimos de esa oculta alegría inicial de una ilusión feliz. En aquel día memorable, existía la posibilidad, para la pareja, de salir a la vespertina bailable bajo la vigilancia poco prudente de la suegra o la complicidad bien remunerada del cuñadito.
La vida era tan simple que hasta se cumplía con el ritual de estar a las ocho en punto en casa. Un ramo de rosas rojas sobrevivía durante una semana  en el jarrón de la sala y los regalos se lucían: la loción cara terminaba siendo de uso familiar y una sencilla caja de música en forma de corazón se convertía en el juguete preferido de los niños menores; el novio lucía su bolígrafo, su billetera y su camisa con mancornas doradas. Se esperaba que todo garantizara una relación duradera, cuota inicial para un matrimonio “hasta que la muerte los separe”; para los tiempos en los cuales el amor era eterno.
Como todo cambia y todo pasa, aquel día de los novios de antaño, por estrategia comercial, se convirtió en “el día del amor y la amistad”. La amistad es una de las variables del amor, y ambos compiten en los terrenos de la sociabilidad de las parejas, en un medio en el cual los compromisos se diluyen, las relaciones son desechables y los límites se sobrepasan bajo la tónica de que se vive en otro momento del mundo y en otra realidad y que la vida se pertenece: derecho de vivirla así sea en forma desordenada. Los balcones apagaron su luz, los tipleros se quedaron en la misma esquina esperando al último romántico del mundo y se abrieron las puertas de los locales nocturnos para unas babilónicas fiestas sin fin. El amor eterno empezó a durar menos de seis meses; la suegra se quedó desprogramada y los cuñaditos sin honorarios.
Poco a poco se fue descubriendo que el sentimiento amoroso debía partir del amor por sí mismo que lo hace el primero en la escala de los afectos. Nos dimos cuenta que cuando yo me amo, puedo ofrecer amor a los demás, porque no es posible dar lo que no se tiene para sí mismo. El amor, que parte de sí, se nutre de la necesidad del encuentro con el otro, con quien se construye el discurso amoroso; espacio que da reconocimiento al amor propio, la autovaloración y el autoconcepto.
Tanto el amor como la amistad hacen parte de esas cosas y momentos dulces que regala la vida. Ambos se reúnen en un solo concepto en los planos de los afectos. La relación amorosa  es presente en tiempo, intensidad y oportunidad, porque el amor existe en todas las cosas y su aceptación solamente hace parte de ese acto de fe que lleva a confiar en la honestidad y palabra del otro(a), porque  lo único seguro es el amor que siento, vivo y sufro al interior de mis propias vivencias.
La pérdida de la fe en la pareja, conlleva al miedo a perderla, el miedo a la soledad y el miedo a perder la comodidad. Para evitar este trance se trata de amarrarla involucrando un falso concepto de propiedad privada. La persona solamente se pertenece a sí misma en cuerpo y alma; y los arrebatos de posesión: “de”, “mío”, “mía”, son solamente un sueño, un deseo inconcluso. Este es el origen de muchas patologías en la relación amorosa, como las celotipias, los amores incestuosos, enfermizos, las dependencias incontrolables y aún el morir de amor. Se adiciona a estas conductas, que el amor no cabe en los espacios de la razón y la lógica, porque simplemente se da, se vive y se duele.
El amor, como todas las cosas bellas, es fuente de inspiración en la literatura, el arte y en el deseo de eternizar la vida proyectándose en el tiempo a través de las obras humanas y los compromisos con el futuro, de las generaciones siguientes.
La poesía clasifica el amor de acuerdo con el momento que a veces hace canción: “Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiante, flores de un día son”.
El amor prohibido: “Yo la amé y era de otro que también la quería, perdóname  Señor, toda la culpa es mía”.

El segundo amor: “Tu mi segundo amor, fue el que vino a borrar todo esa inmensa nostalgia que yo tenía, culpa del otro amor en quien yo creía”
El sentimiento aflora en la despedida final: “Yo mismo la enterré, yo mismo un día cerré sus ojos a la luz terrena  y sequé de su frente de azucena, el pálido sudor de la agonía”.

El amor que se pierde: “Vive dichoso, quizás otros brazos te den la fortuna que yo no te dí”.

Terminada la relación, es casi imposible olvidarla: “Ayer la he visto con otro, alegre la vi pasar,  ganas tuve de gritarle: “engañera pa´onde vas””.

La duda sobre el sentimiento del otro, cuando muere la fe: “palabras, palabras, palabras, tan sólo palabras hay entre los dos”.

La amistad entre la poesía y la canción. “Tú eres mi hermano del alma realmente el amigo que en todo momento y jornada está siempre conmigo”.

Obras inmortales en la novela, el drama y la tragedia, las encontramos en el “Romeo y Julieta” de Shakespeare, “Fedra” de Racine, “María” de Jorge Isaacs, “Historia de Amor” de Erick Segal. 
Pero el amor sigue sus caminos y nosotros tras sus huellas.

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