El proceso de formación de los estudiantes delimitado por la instrucción y ofrecido por las instituciones educativas con la supervisión del estado, está determinado para obtener resultados a largo plazo, proyectando a la población escolar a la etapa adulta.
Las mayores dificultades para padres, madres y educadores(as) corresponden al control del rendimiento escolar y el comportamiento o conducta de los estudiantes en los espacios de la institución y del hogar. La predisposición a los aprendizajes y los comportamientos tienen su origen en la infancia temprana y se refuerzan con el ingreso a las diferentes etapas de evolución.
El mundo del niño(a) está centrado en el juego y el del adolescente fluctúa entre el juego y la toma decisiones con ciertos niveles de madurez. El juego se hace dominante en los comportamientos y actitudes de niños(as) considerados como inquietos, indisciplinados e hiperactivos; aunque sean espacios comunes de la vida entre los dos y los veinte años.
Cuando se obtienen resultados no esperados, como indisciplina y bajo rendimiento escolar se recurre al castigo físico y psicológico: el regaño, la cantaleta y las privaciones. Reacciones que pueden empeorar la situación. Las historias sobre los castigos son interminables; pero una disciplina bien orientada busca estrategias para canalizar la energía en actividades con cierto grado de dificultad, que demanden tiempo. Se trata de encontrar una alternativa diferente de comportamiento.
Cada estudiante es un método y una forma distinta de reaccionar ante diferentes estímulos, por esta razón no existen fórmulas únicas para actuar y aprender y todo aquello que se va obteniendo se fortalece para definir con claridad lo que se espera lograr, pensando siempre en lo futuro.
De la misma manera se considera que el mundo de las individualidades está lleno de lenguajes que no están siendo interpretados en forma adecuada y el niño termina refugiado en el “es que a mí, nadie me entiende”; pero pueden encontrarse señales de fácil lectura en el mal humor, las reacciones violentas, la hiperactividad, la desatención, el silencio, el hablar en clase, el distraer a los compañeros, la desobediencia, el cansancio y el sueño. En estas expresiones hay algo no verbalizado que conviene estudiar en profundidad.
Escuchar esas voces y entender esos códigos de comunicación entran a fortalecer la cultura del buen trato y el reconocimiento de derechos, al igual que conocer los niveles de formación e inclinarse a la estatura física brindan seguridad, apoyo y acompañamiento.
No se puede olvidar que todo arranca en el hogar, donde el amor construye espacios y delimita comportamientos. El amor acoge, protege, orienta y señala caminos. La formación con amor erradica la pedagogía de la negación: “no toque”, “no grite”, “no corra”, “vea que se va a caer”. Una explicación a tiempo evita sinsabores, porque los niños comprenden sin amenazas, dado que “es mejor dar un abrazo que un fuerte coscorrón”.
En la búsqueda de la disciplina y del rendimiento escolar se debe partir de la construcción de reglas breves, consistentes, sencillas, entendibles y fáciles de aplicar: eso que nos gustaría que hubieran hecho con nosotros, cuando estábamos en esa edad. El respeto, la obediencia, el orden y la puntualidad, son logrables, desde el juego y el buen trato.
Los niños tienen derecho a la felicidad y al respeto, por lo cual es importante dialogar sobre lo que cada uno espera del otro y en casos extremos, buscar ayuda de agentes externos al hogar y a la institución escolar.
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