Las palabras tienen vida y cumplen su ciclo en el mundo del idioma, de las cosas y el tiempo. Aparecen y desaparecen con la necesidad y la actividad humana que las creó y al envejecer se recluyen en su propio asilo en el cual son visitadas esporádicamente por estudiosos de arcaísmos o por la necesidad de ser utilizadas un instante nada más, con el riesgo de recibir las reprimendas de los neoacadémicos.
Suerte tal es la de muchas palabras de nuestra vida familiar y de las cuales es posible que las nuevas generaciones desconozcan su significado y su uso: aguamanil, alacena, alpargatas, arrastraderas, beque, bacia, bacinilla, carramplones, caperuza, catre, combinación, cotizas, enaguas, encabador con pluma, engrudo, escaparate, escarcela, escupidera, estilógrafo, garabato, hueso gustador, lacre, liguero, long play, manto, medias con vena, palangana, peinado papindó, pegante de goma, portaplumas, solución, taburete, vestido estilo sastre, zapatillas. La lista de palabras desgastadas es interminable, teniendo en cuenta una extensa geografía y una población tan diversa.
A propósito de un verbo que corre igual suerte que los términos descritos, el periodista y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua Juan Gossain, en la sesión inaugural del seminario “Periodismo y Literatura”, convocado por el Congreso de la Lengua , presentó una interesante ponencia en la cual hizo una vehemente defensa del verbo “poner”. Este verbo, como muchas palabras de la lengua castellana, parece haber cumplido su ciclo y el uso en la cotidianidad tiende a reemplazarse, generando de paso interesantes situaciones que para el caso, el conferencista plantea:
“Vengo con el único propósito de defender la vida de un verbo en peligro… el verbo poner, uno de los más antiguos y útiles de nuestro idioma, atacado con alevosía y a mansalva por el verbo colocar, que lo está extinguiendo sin remedio… “Las primeras noticias sobre la aparición del verbo poner en la lengua castellana aparecen registradas en la gramática de Nebrija, en 1492, pero no fue posible encontrar rastros suyos antes de esa fecha”…
En su disertación, Gossain plantea sobre el orígen de la tragedia que “empezó el día en que alguna señora remilgada, con ínfulas culteranas, se atrevió a repetir un proverbio catalán del siglo diecinueve: “sólo las gallinas ponen…”
La llamada "colocaderitis" viene irrumpiendo en aquellos lugares remotos de la geografía en los cuales el español es lengua oficial. De igual manera nuestro escritor se lamenta sobre el uso de uno u otro verbo cuando aduce: “Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol. Reconozco que yo mismo, acoquinado por las presiones de tanto esnobista que anda suelto, tuve vacilaciones para decidir si presentaba ante esta tertulia una ponencia o una coloquencia… Estamos, incansables, dedicados a velar armas al pie de la cama de hospital de nuestro amigo moribundo...”
Dos estudios se mencionan en esta interesante conferencia, el realizado por el profesor Álvaro Enrique Treviño, quien encontró en "Cien años de soledad", ciento sesenta y siete formas diferentes del verbo poner y ocho variedades de colocar; y la elaboración del "Diccionario de sustituciones del verbo poner", tarea realizada por el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, en el cual se muestra el estado en el cual quedarán las nuevas sustituciones: “antecolocar en vez de anteponer; concolocar en lugar de componer; contracolocar argumentos en vez de contraponer argumentos y ocolocar por oponer ideas y razones”.
Gossain, concluye un tanto nostálgico y vencido: “No quiero ni pensar, para mayor abundamiento, en lo que pasará el día que una señorita pacata y distinguida exclame, con el refinamiento que exigen materias tan delicadas, que el baño está hecho para que el organismo pueda decolocar las escorias naturales…” y, declarándose resignado ante la evidencia del cambio progresivo: “El verbo poner ha ido desapareciendo del habla cotidiana y del lenguaje escrito, ya sea en la prensa o en los libros, desterrado, en efecto, al territorio infame del gallinero.
A este paso, muy pronto no será más que un anacronismo reservado a gramáticos casposos, una estantigua, una sombra del pasado, una fantasmagoría. Sin embargo, nuestra venganza perpetua contra aquel aforismo malvado tendrá lugar el día en que una campesina de los Andes anuncie con sonoro cacareo que su gallina "acaba de colocar un huevo". La hecatombe definitiva sobrevendrá cuando ya ni las gallinas pongan. Entonces habremos recorrido la parábola completa, el óvalo que se cierra, la emboscada que se atrapa a sí misma y el alacrán que se muerde su propia cola”.
Estoy de acuerdo con Don Juan y con todo el quiera defender el Verbo, poner.
ResponderEliminarYo tambien siento tristeza y enojo, cuando escucho: "me coloqué a pensar".