DESDE EL REINO
DE LOS “COMEUÑAS”
Los
deportes de competencia tienden a “resumir todas las pasiones humanas”. El
aficionado busca tomar partido, convirtiendo el equipo favorito en centro de
sus alegrías y sus desdichas cuando enfrenta sus oponentes en los angustiosos
procesos de eliminación. Pero alrededor de ese “romance
intelectual con la pelota” se vienen gestando, con creciente
regularidad, actos de intolerancia, violencia y anarquía.
El equipo
de futbol pertenece a una corporación o club, que busca rentabilidad ante una
inversión, en un deporte que mueve mucho dinero. La parte operativa está
compuesta por jugadores, recogebolas,
principiantes, técnicos, médicos, psicólogos, y los santos y brujos que colocan el elemento
místico al asunto. El protagonista base del futbol es el hincha. Es quien se
hincha, se infla con la angustia que le depara su equipo favorito; está
encargado de colocarle sabor, calor, pasión y ambiente a las diferentes
confrontaciones a las cuales se debe someter; recreando su presencia en el
espacio momentáneo de las banderas, los cantos, los gritos, los himnos y las
refriegas.
El fútbol
ha sido violento desde sus comienzos, tiene mucho de ritual y simboliza un
combate. El cronista JuanJosé Sebrelli afirma: “el acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente
agresivo y crea un sentimiento de poder…” Desde ese momento la cancha se convierte en un campo de
batalla: golpes, toques provocadores, engaños, amenazas, insultos, “cuerpos que se mueven
frenéticos al ritmo de los cantos de las tribunas…” El momento sublime
es el gol, comparado con el clímax del acto creador.
Conviene entender que en todo
tipo de competencia se gana o se pierde. Solamente hay un ganador; el segundo
es el primer perdedor. Para tratar de desprender el estigma de la derrota, cada
equipo participante hace todos los intentos para lograr un puesto honroso en la
lista de los perdedores. Por otro lado, el hincha derrotado, “hinchado” por el amor a su equipo y a sus
símbolos, se ve movido a protagonizar actos de violencia como respuesta a su
poca tolerancia. No nacido para perder, busca darle salida al disgusto y al
desamparo arremetiendo contra cualquier persona o cosa, haciendo parte de una
masa desordenada que obedece a la locura del no ganar: “¡Si nos tratan mal, la
ciudad paga!”. Contrasentido de quien arma la fiesta y la desbarata desde su
instinto primario.
La violencia al interior del
futbol empezó a hacerse más evidente con la aparición de los Hooligans, los excluidos de la sociedad inglesa. Después
de ingerir cantidades respetables de cerveza, provocan enfrentamientos con los
grupos rivales al interior de los estadios y por fuera de ellos. Tienen su
vestimenta, su lenguaje, su comportamiento específico y pertenecen a ciertos
sectores de la ciudad. Estos modos de ser y de actuar, han sido asimilados por las barras bravas en
todo el mundo.
En este punto del problema,
aparecen propuestas alentadoras que pueden hacer posible salvar el espectáculo.
La tarea a realizar compromete el hogar, el medio social, la escuela, y
los medios de comunicación e
información.
Se propone buscar mejores
respuestas de los actores principales del futbol, con jugadores e hinchas que
posean una formación básica orientada a una actuación decorosa frente a un
público; respetuosos de los símbolos de la nación y de los oponentes. Darse
cuenta que el himno nacional es para cantarlo y sentirlo y no para mascar
chicle y sonreírle a las cámaras.
Aceptar que cada equipo, posee
sus cantos, sus consignas, sus pendones y sus banderas; entender que el otro
también juega y que en una competencia se puede, igualar, perder o ganar.
Poseer la suficiente tolerancia a la frustración, para darse cuenta que el otro
puede presentar mejores argumentos en el
juego.
Aceptar que el arbitraje está
hecho para dirimir errores de comportamiento, disputas internas y faltas entre
los oponentes y que mi calificación depende del color que le haya puesto al
alma…
Finalmente responderse: ¿Por qué
y para qué se va a un partido de fútbol?
FUTBOL:
“Con
estilo sin igual surge el extremo derecho, mata el balón con el pecho y hace un
pase magistral.
Se acerca
al área rival derrochando jiribilla que a los contrarios humilla; pero el
central no se asusta y sin pensarlo le incrusta los tacos en la rodilla.
El
árbitro se concreta a señalar la infracción. (Si negra fue la intención,
amarilla es la tarjeta).
Y claro que nadie objeta, ya que es cosa
comprobada que si el árbitro se enfada, la consecuencia es funesta: para el
pobre que protesta la tarjeta es colorada.
Pero
falta lo mejor: el agreste comentario de un estólido gregario que se llama
locutor.
Por qué
el ínclito señor aprueba la felonía diciendo, sin ironía, que es bendita la
patada que impidió fuera violada la virginal portería.-
Lo cual
en lenguaje llano, sin eufemismos al dorso,
sólo es patente de corso que le otorgan al villano.
Y aunque
parezca inhumano, esto lo dice tal cual, con aires de sinodal, el cronista de
futbol: que para evitar un gol se vale ser animal”.
Roberto Gomez Bolaños (Chespirito)
-NLA-
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