martes, 17 de julio de 2012


DESDE EL REINO DE LOS “COMEUÑAS”

Los deportes de competencia tienden a “resumir todas las pasiones humanas”. El aficionado busca tomar partido, convirtiendo el equipo favorito en centro de sus alegrías y sus desdichas cuando enfrenta sus oponentes en los angustiosos procesos de eliminación. Pero alrededor de ese  “romance intelectual con la pelota” se vienen gestando, con creciente regularidad, actos de intolerancia, violencia y anarquía.

El equipo de futbol pertenece a una corporación o club, que busca rentabilidad ante una inversión, en un deporte que mueve mucho dinero. La parte operativa está compuesta por  jugadores, recogebolas, principiantes, técnicos, médicos, psicólogos, y los  santos y brujos que colocan el elemento místico al asunto. El protagonista base del futbol es el hincha. Es quien se hincha, se infla con la angustia que le depara su equipo favorito; está encargado de colocarle sabor, calor, pasión y ambiente a las diferentes confrontaciones a las cuales se debe someter; recreando su presencia en el espacio momentáneo de las banderas, los cantos, los gritos, los himnos y las refriegas.

El fútbol ha sido violento desde sus comienzos, tiene mucho de ritual y simboliza un combate. El cronista JuanJosé Sebrelli afirma: “el acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente agresivo y crea un sentimiento de poder…” Desde ese momento  la cancha se convierte en un campo de batalla: golpes, toques provocadores, engaños, amenazas, insultos, “cuerpos que se mueven frenéticos al ritmo de los cantos de las tribunas…” El momento sublime es el gol, comparado con el clímax del acto creador.

Conviene entender que en todo tipo de competencia se gana o se pierde. Solamente hay un ganador; el segundo es el primer perdedor. Para tratar de desprender el estigma de la derrota, cada equipo participante hace todos los intentos para lograr un puesto honroso en la lista de los perdedores. Por otro lado, el hincha derrotado,  “hinchado” por el amor a su equipo y a sus símbolos, se ve movido a protagonizar actos de violencia como respuesta a su poca tolerancia. No nacido para perder, busca darle salida al disgusto y al desamparo arremetiendo contra cualquier persona o cosa, haciendo parte de una masa desordenada que obedece a la locura del no ganar: “¡Si nos tratan mal, la ciudad paga!”. Contrasentido de quien arma la fiesta y la desbarata desde su instinto primario.
La violencia al interior del futbol empezó a hacerse más evidente con la aparición de los Hooligans,  los excluidos de la sociedad inglesa. Después de ingerir cantidades respetables de cerveza, provocan enfrentamientos con los grupos rivales al interior de los estadios y por fuera de ellos. Tienen su vestimenta, su lenguaje, su comportamiento específico y pertenecen a ciertos sectores de la ciudad. Estos modos de ser y de actuar,  han sido asimilados por las barras bravas en todo el mundo.
En este punto del problema, aparecen propuestas alentadoras que pueden hacer posible salvar el espectáculo. La tarea a realizar compromete el hogar, el medio social, la escuela, y los  medios de comunicación e información.
Se propone buscar mejores respuestas de los actores principales del futbol, con jugadores e hinchas que posean una formación básica orientada a una actuación decorosa frente a un público; respetuosos de los símbolos de la nación y de los oponentes. Darse cuenta que el himno nacional es para cantarlo y sentirlo y no para mascar chicle y sonreírle  a las cámaras.
Aceptar que cada equipo, posee sus cantos, sus consignas, sus pendones y sus banderas; entender que el otro también juega y que en una competencia se puede, igualar, perder o ganar. Poseer la suficiente tolerancia a la frustración, para darse cuenta que el otro puede presentar  mejores argumentos en el juego.
Aceptar que el arbitraje está hecho para dirimir errores de comportamiento, disputas internas y faltas entre los oponentes y que mi calificación depende del color que le haya puesto al alma…
Finalmente responderse: ¿Por qué y para qué se va a un  partido de fútbol?
FUTBOL:
“Con estilo sin igual surge el extremo derecho, mata el balón con el pecho y hace un pase magistral.
Se acerca al área rival derrochando jiribilla que a los contrarios humilla; pero el central no se asusta y sin pensarlo le incrusta los tacos en la rodilla.
El árbitro se concreta a señalar la infracción. (Si negra fue la intención, amarilla es la tarjeta).
 Y claro que nadie objeta, ya que es cosa comprobada que si el árbitro se enfada, la consecuencia es funesta: para el pobre que protesta la tarjeta es colorada.
Pero falta lo mejor: el agreste comentario de un estólido gregario que se llama locutor.
Por qué el ínclito señor aprueba la felonía diciendo, sin ironía, que es bendita la patada que impidió fuera violada la virginal portería.-
Lo cual en lenguaje llano, sin eufemismos al dorso,  sólo es patente de corso que le otorgan al villano.
Y aunque parezca inhumano, esto lo dice tal cual, con aires de sinodal, el cronista de futbol: que para evitar un gol se vale ser animal”.
Roberto Gomez Bolaños (Chespirito)
-NLA-

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