UNA
BOTELLA AL MAR
A
Diana Marcela y Christian Andrés…
En las noches
tranquilas, cuando la luna alumbra los caminos del mar; y en los días tibios de soles apacibles, los
viajeros rendidos por la monotonía del agua y el cielo, los pescadores y los
hijos de los pescadores ensimismados en las largas vigilias de la pesca y los
enamorados que buscan la soledad de las playas; arrojan botellas al mar con mensajes de saludo, vida
y esperanza.
Esta es una antigua
costumbre de los vecinos del mar y de
los viajeros sin rumbo; y en algunos casos de los estudiantes de los colegios
ribereños que una vez al año hacen su listado de sueños e irrealidades, para
que el oleaje acompañado por el viento, transporte ese mensaje contenido en la
diminuta barca de cristal que navega dirigiendo su propio destino, para que el
mar haga su tarea y deposite los
mensajes sobre la playa donde posiblemente alguien espera, en medio de su
lejana soledad, que se le diga si es posible la felicidad y que desde cualquier
lugar del mundo se le recuerda en el deseo de acompañarlo en los atardeceres de
su vida y sus nostalgias.
El mar es un mundo
inmenso, confiable y desaplicado. Dueño de corrientes, senderos de espuma que
trazan en secreto los caminos a los marineros. El mar vive en los placeres de
sus vientos, sus mareas y de la vida que se recrea en cada rinconcito del agua.
Cuando ella y él,
entendieron que el mar era el mensajero eterno y que asumiría su encargo con
precisión de relojero, aceptaron comprometerlo en llevar su mensaje.
Sin esperar
respuesta, se dieron a la tarea de escribir palabras de amor y esperanza,
pensar en propósitos y lealtades en la intención de hacer de la vida una tarea
de realizaciones constantes y del amor el aliento permanente para vivir.
Allí se contaba
también, que se podía hacer del sueño
una realidad y que más allá de los días y los años se extendía la permanencia
sobre el tiempo en las posibilidades de encuentro con el futuro.
Una botella arrojada
al mar, llegó una vez a nuestra playa. El mensaje era escueto: “Seremos uno”.
No fue posible alcanzar con las manos la orilla opuesta… estaba distante. Fue mayor la fatiga y el desconsuelo, pero nos
alentaron las palabras, las flores y los aromas que acompañaban aquel mensaje
en esa botella que llegó sobre la espuma de las olas aquel día de Junio.
La placidez del
momento dio a entender que en el universo todo era felicidad. Los hijos habían
descubierto la clave de su futuro. No pudimos detener esa lágrima que rodaba
por la mejilla marcando los límites de la
ausencia. Ellos entendieron que estaríamos muy cerca, pero también un
poco más allá del tiempo y de las ausencias y que les correspondía hacer camino
desde el punto en el cual fue plena nuestra compañía.
Este debía empezar;
el universo lo había decidido todo, sin darle tregua al dolor. El futuro era su
posesión inmediata y la meta de su felicidad estaba en el camino que restaba
por construir.
En el momento de los
silencios, pensaron que algún día sus hijos y los hijos de sus hijos,
rescatarían esa botella enviada sobre el mar de los sueños a una playa distante
en el tiempo. Alguien quiso recordárnoslo con sus versos:
“Pongo estos
seis versos en mi botella al mar
con el secreto
designio de que algún día
llegue a una
playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de
versos extraiga piedritas
y socorros y
alertas y caracoles”…
-NLA-
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