miércoles, 22 de agosto de 2012


ESTAMPA

DICIEMBRE 2001.

I…

Osama Bin Laden sintió el trepidar de la montaña en el preciso momento que hacía su invocación “Al Más Grande”, “Al Eterno”, cuando se encontraba en su refugio bajo la tierra.

El hombre más buscado del mundo se negó a interrumpir la oración vespertina mientras el ambiente se saturaba de un olor a muerte, a fuego, a tierra bombardeada, tierra quemada.

Sus oficiales y escoltas, entre tanto, correteaban por los oscuros pasadizos de aquellas cavernas milenarias, asegurando vías de escape ante la presencia cercana de la infantería extranjera.

Solamente hizo una pausa en la oración para mirar un punto fijo: la dirección de La Meca.

Recordó su infancia y su juventud en Riad e hizo memoria de los pocos privilegios recibidos de un padre con tantos hijos y de tantas esposas que a lo mejor nunca lo tuvo en cuenta, porque careció del tiempo necesario para reconocerlo y amarlo. A pesar de esto la herencia recibida le sirvió para continuar con la empresa familiar de construcción, hasta el día y la hora precisos en los cuales un arrebato místico lo invitó a emprender el tortuoso camino hacia el paraíso.

Trató de construir el Islam con base en los principios de un mundo detenido en el tiempo: sin comunicaciones ni noticias, sin música vanal, aislados del providencial canto con el cual hombres y mujeres, en occidente, dan salida a sus amores y sus desamores, sus dichas y sus desdichas, ponderando las virtudes del amor y los agravios del abandono.

Su estado se construiría sin juegos de azar, sin juegos infantiles, sin bebidas espirituosas que alimenten el alma, con mujeres ocultas tras sus velos vaporosos y sus burqas de colores muertos, en casas tapiadas para evitar las curiosas miradas de los transeúntes.

Este sería un lugar del mundo con hombres dedicados al pastoreo y la agricultura incentivada por la producción de insumos para los narcóticos - base natural de los sueños artificiales de ingleses y norteamericanos -. Hombres que hacen su camino dejando crecer sus barbas y buscando una explicación sin respuesta a los cambios provocadores de la inoperancia de un estado debilitado y ahora sometido, como antes lo estuvo, al poder y costumbres de otros estados.

Poco antes de huir en aquel juego de “policías y bandidos”, Osama Bin Laden, le  regaló la mejor sonrisa al menor de sus hijos antes de internarse en los pasadizos secretos que llevaban a una corriente subterránea de aguas frescas y transparentes.

Nunca más se le volvió a ver, pero sus enemigos de ahora, que fueron sus amigos de antes, juran que será capturado antes de la próxima primavera.
-NLA-

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