ESTAMPA
DICIEMBRE 2001.
I…
Osama Bin
Laden sintió el trepidar de la montaña en el preciso momento que hacía su
invocación “Al Más Grande”, “Al Eterno”, cuando se encontraba en su refugio
bajo la tierra.
El hombre
más buscado del mundo se negó a interrumpir la oración vespertina mientras el
ambiente se saturaba de un olor a muerte, a fuego, a tierra bombardeada, tierra
quemada.
Sus
oficiales y escoltas, entre tanto, correteaban por los oscuros pasadizos de
aquellas cavernas milenarias, asegurando vías de escape ante la presencia
cercana de la infantería extranjera.
Solamente
hizo una pausa en la oración para mirar un punto fijo: la dirección de La Meca.
Recordó
su infancia y su juventud en Riad e hizo memoria de los pocos privilegios
recibidos de un padre con tantos hijos y de tantas esposas que a lo mejor nunca
lo tuvo en cuenta, porque careció del tiempo necesario para reconocerlo y
amarlo. A pesar de esto la herencia recibida le sirvió para continuar con la
empresa familiar de construcción, hasta el día y la hora precisos en los cuales
un arrebato místico lo invitó a emprender el tortuoso camino hacia el paraíso.
Trató de
construir el Islam con base en los principios de un mundo detenido en el
tiempo: sin comunicaciones ni noticias, sin música vanal, aislados del
providencial canto con el cual hombres y mujeres, en occidente, dan salida a
sus amores y sus desamores, sus dichas y sus desdichas, ponderando las virtudes
del amor y los agravios del abandono.
Su estado
se construiría sin juegos de azar, sin juegos infantiles, sin bebidas
espirituosas que alimenten el alma, con mujeres ocultas tras sus velos
vaporosos y sus burqas de colores muertos, en casas tapiadas para evitar las
curiosas miradas de los transeúntes.
Este
sería un lugar del mundo con hombres dedicados al pastoreo y la agricultura
incentivada por la producción de insumos para los narcóticos - base natural de
los sueños artificiales de ingleses y norteamericanos -. Hombres que hacen su
camino dejando crecer sus barbas y buscando una explicación sin respuesta a los
cambios provocadores de la inoperancia de un estado debilitado y ahora
sometido, como antes lo estuvo, al poder y costumbres de otros estados.
Poco
antes de huir en aquel juego de “policías y bandidos”, Osama Bin Laden, le regaló la mejor sonrisa al menor de sus hijos
antes de internarse en los pasadizos secretos que llevaban a una corriente
subterránea de aguas frescas y transparentes.
Nunca más
se le volvió a ver, pero sus enemigos de ahora, que fueron sus amigos de antes,
juran que será capturado antes de la próxima primavera.
-NLA-
No hay comentarios:
Publicar un comentario